martes, 25 de julio de 2017

QUEVEDO Y LAS MUSAS · Clío y Polimnia




Juan van der Hamen (1596–1631) Atribución. 
Instituto Valencia of Don Juan. Madrid

Este retrato, que fue atribuido a Velázquez durante mucho tiempo, es una de las tres copias existentes, realizadas en su taller, de un retrato original, de su mano. Este, que se conserva en el Instituto Valencia de Don Juan perteneció desde el siglo XVII a los condes de Oñate, hasta que en 1880 lo compraron los actuales poseedores. En cuanto a las otras dos copias, una se conserva en Apsley House, Londres, y otra en Madrid, que es propiedad de la familia de Xabier de Salas; esta última no tiene las inscripciones superiores que tienen las otras dos.


José Antonio González de Salas se encargó de la edición póstuma de las poesías de Quevedo de 1648. Aunque actualmente se le reconoce menos participación que la que le había sido reconocida anteriormente. Parece importante, en este sentido, explicar que en la portada, de la edición princeps del Parnaso, cuando dice: monte en dos cumbres dividido, esas “Dos Cumbres”, se refieren a Quevedo y, sorprendentemente, al propio González de Salas.

Según Rodrigo Cacho –citado por el autor al que seguimos en este análisis-: «González de Salas parece [...] haber tenido a su disposición un original muy cuidado de las composiciones quevedianas, aunque incompleto. Esto puede explicar la calidad textual de los versos del Parnaso, casi siempre versiones definitivas revisadas por el autor, y también su interrupción en la Musa VI», de suerte que «el papel de González de Salas como editor del Parnaso parece haber sido bastante menos destacado de lo que él afirmaba [...], su labor se centró en aspectos muy puntuales y no tuvo que alterar demasiado la estructura general de la obra planeada por Quevedo».

Hoy sabemos que la intervención de Salas, está, efectivamente, lejos de la trascendencia que él mismo se atribuye, razón por la cual, resulta jactancioso, y con una presunción que, en última instancia, parece que se proponía minimizar el mérito del mismísimo Quevedo, de cuya fiel y confidencial amistad. se envanece claramente, tanto, que más bien provoca el efecto contrario que, seguramente le proponía su vanidad, es decir, que inclina a no creerle, ignorando injustamente, que su participación, a pesar de él mismo, no carece de importancia. 

«Discurriendo con don Francisco –escribió-, en la sátira 10 de Juvenal y 2 de Persio, donde se abomina la perversidad de los votos humanos, me refirió los cuartetos de este soneto, pidiéndome le añadiera los tercetos al propósito de lo que yo había discurrido», es decir, que Salas se declara coautor de la obra, mostrándose como un genio creador a la altura de Quevedo, lo cual no parece posible, aunque sí podría ser, como añade él mismo, que la facultad de, escoger o reprobar sí estuvo en su albedrío.

(Fuente: A vueltas con González de Salas, Jesús Sepúlveda).

Portada calcográfica de El Parnaso Español, editado en Madrid por Diego Díaz de la Carrera, 1648, grabado de Juan de Noort sobre una idea del compilador, Juan Antonio González de Salas. Doble retrato del escritor, coronado por las Musas y en medallón sostenido por un sátiro, símbolo de la doble inspiración, sacra y profana.

En el grabado de Juan de Noort, que aparece en la portada de las Musas, se representa una escena situada en el Parnaso. Las nueve Musas, hijas de Júpiter y Mnemosine, que inspiran la poesía y todas las actividades intelectuales, están sentadas, charlando -el caballo Pegaso revolotea sobre sus cabezas-, mientras Apolo corona de laurel a un reconocible Quevedo.

En el espacio inferior, que representa el subsuelo, una muchacha sostiene un medallón con el título «Las nueve musas castellanas», mientras que, a la derecha, un sátiro muestra otro medallón con un segundo retrato –en este caso, inconfundible-, de Quevedo; algo completamente inusual; dos imágenes del autor en la misma portada.

Muchos de los poemas que aquí se contienen. ya habían sido impresos en 1605, como parte de una antología titulada, Primera parte de las flores de poetas ilustres de España

El conjunto definitivo, apareció después de su muerte, en 1645, en dos colecciones complementarias, la primera, la citada: El Parnaso español, que contiene Las Nueve Musas Castellanas, apareció en 1648, en edición preparada por González Salas. Lo imprimió en Madrid, Diego Díaz de la Carrera a costa de Pedro Coello, mercader de libros. 

La que podríamos denominar, segunda parte -que salas no llegó, ni a preparar, ni a imprimir, se completó con los textos proporcionados por Alderete, el sobrino de Quevedo, se tituló, Las Tres Musas Últimas Castellanas, y apareció en 1670.

“Segunda Cumbre…” Edición de 1670

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José Antonio González de Salas, como decimos, amigo y confidente de Quevedo, recopiló sus poesías en la edición de 1648, que él mismo comentó, y tituló, El Parnaso español: monte en dos cumbres dividido con las nueve musas. Fue el mismo Salas quien ideó las cabeceras con las imágenes de las seis Musas; Clío, Polimnia, Melpómene, Erato, Terpsícore y Talía, y del aguafuerte de la portada de esta primera edición. Pero de Salas murió en 1651, sin haber podido ocuparse de las tres musas restantes: Calíope, Euterpe y Urania, de las que se haría cargo el sobrino de Quevedo. 

Aquellas primeras musas, dibujadas por Alonso Cano, fueron grabadas por Juan de Noort y Herman Panneels -holandés y flamenco, respectivamente, afincados en Madrid-, aunque una la realizó el propio Alonso Cano. Cada una de las Musas aparecía acompañada de una breve descripción del grupo al que pertenecen las poesías ordenadas bajo su nombre. 

salen ahora de la librería de don Ioseph Antonio González de Salas Madrid,1648. (BNE)





A la estatua de bronce del Santo Rey Don Felipe III 
que está en la casa del campo de Madrid traída de Florencia

¡Oh cuánta majestad! ¡Oh cuánto numen,
en el tercer Filipo, invicto y santo,
presume el bronce que le imita! ¡Oh cuánto
estos semblantes en su luz presumen!

Los siglos reverencian, no consumen,
bulto que igual adoración y espanto
mereció amigo y enemigo, en tanto
que de su vida dilató el volumen.

Osó imitar artífice toscano
al que a Dios imitó de tal manera,
que es, por rey y por santo, soberano.

El bronce, por su imagen verdadera,
se introduce en reliquia, y éste, llano,
en majestad augusta reverbera.


La estatua a la que se refiere el soneto, un regalo del Gran Duque de Florencia, a Felipe III fue empezada por el escultor italiano Juan de Bolonia, pero terminada por su también célebre discípulo Pietro Tacca, en 1616. Se colocó en el centro de la Plaza Mayor de Madrid en 1848, por decisión de la reina Isabel II, aunque en principio había sido concebida para la Casa de Campo


Vista de los jardines de la Casa de Campo con la estatua de Felipe III. Pintura anónima, que se conserva en el Museo de Historia de Madrid –depósito del Museo del Prado–, realizado hacia 1634.

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A un segundo soneto del mismo estilo y asunto, sigue un tercero dedicado a las Ruinas de Roma, en el que el poeta alcanza la mayor altura literaria a través de un auténtico lamento, por el que llama al río Tíber “sepultura de Roma”.


A Roma, sepultada en ruinas

Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino!,
y en Roma misma a Roma no la hallas:
cadáver son la que ostentó medallas,
y tumba de sí propio el Aventino.

Yace donde reinaba el Palatino;
y limadas del tiempo, las medallas
más se muestran destrozo a las batallas
de las edades que blasón latino.

Sólo el Tibre quedó, cuya corriente,
si ciudad la regó, ya, sepultura,
la llora con funesto son doliente.

¡Oh, Roma!, en tu grandeza, en tu hermosura,
huyó lo que era firme, y solamente
lo fugitivo permanece y dura.

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No podía faltar, por último, bajo el epígrafe de Clío, el gran soneto dedicado a la memoria de su admirado duque de Osuna, al que considera injustamente castigado y que falleció en prisión antes de que se sustanciara su proceso.

Retrato del Duque de Osuna, de Bartolomé González y Serrano,
retratista de la corte de Felipe III


Memoria inmortal de Don Pedro Girón, Duque de Osuna, muerto en la prisión

Faltar pudo su patria al grande Osuna,
pero no a su defensa sus hazañas;
diéronle muerte y cárcel las Españas,
de quien él hizo esclava la Fortuna.

Lloraron sus envidias una a una
con las propias naciones las extrañas;
su tumba son de Flandes las campanas,
y su epitafio la sangrienta luna.

En sus exequias encendió al Vesubio
Parténope, y Trinacria al Mongibelo;
el llanto militar creció en diluvio.

Diole el mejor lugar Marte en su cielo;
la Mosa, el Rhin, el Tajo y el Danubio
murmuran con dolor su desconsuelo.

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Título: Represéntase la brevedad de lo que se vive, y cuán nada parece lo que se ha vivido.
Primer verso: ¡Ah, de la vida! ¿Nadie me responde?

“¡Ah de la vida!”… ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.

¡Que sin poder saber cómo ni a dónde
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.

Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.

En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.

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Título: Advertencia a España, de que así como se ha hecho Señora de muchos, así será de tantos enemigos envidiada y perseguida y necesita de continua prevención por esa causa.
Primer Verso: Un Godo, que una cueva en la Montaña

Un godo, que una cueva en la montaña
guardó, pudo cobrar las dos Castillas;
del Betis y Genil las dos orillas,
los herederos de tan grande hazaña.

A Navarra te dio justicia y maña,
y un casamiento, en Aragón, las sillas
con que a Sicilia y Nápoles humillas
y a quien Milán espléndida acompaña.

Muerte infeliz en Portugal arbola
tus castillos. Colón pasó los godos
al ignorado cerco de esta bola.

Y es más fácil, ¡oh España, en muchos modos,
que lo que a todos les quistaste sola
te puedan a ti sola quitar todos.
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Título: A un Caballero, que con perros y cazas de montería ocupaba su vida
Primer verso: Primero va seguida de los perros

- LXXII a -
A un caballero que con perros y cazas de montería ocupaba su vida

Primero va seguida de los perros,
vana, tu edad, que de sus pies, la fiera;
deja que el corzo habite la ribera,
y los arroyos, la espadaña y berros.

Quieres en ti mostrar que los destierros
no son castigos ya de ley severa;
el ciervo, empero, sin tu envidia muera;
muera de viejo el oso por los cerros.

¿Qué afrenta has recibido del venado,
que le sigues con ansia de ofendido?
Perdona al monte al pueblo que ha criado.

El pelo de Acteón (1), endurecido
en su frente, te advierte tu pecado:
oye, porque no brames, su bramido.

(1) Acteón, convertido en ciervo, por ofender con su mirada a la casta Artemis, fue devorado por sus propios perros de caza; cincuenta, que después buscaron desesperada e inútilmente a su amo.

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Título: Muestra que algunas Repúblicas se enferman con lo que imaginan medicina
Primeros versos: Miedo de la virtud llamó algún día/en Atenas, Virtud al Ostracismo…


- XCI -
Muestra que algunas repúblicas se enferman con lo que imaginan medicina

Miedo de la virtud llamó algún día
en Atenas virtud al ostracismo,
y en Sicilia arrojaba el petalismo,
por dolencia, al valor y valentía.

Si a Scipión, que gozaba, le temía
Roma, que del postrero parasismo
la libró, y de Aníbal, siendo el mismo
aquel temor que él antes sido había,

¿cómo también con votos no apedrea
el ostraco los pérfidos tiranos
que en vicio exceden y codicia fea?

¿Por qué han de ser los malos, ciudadanos?
Que si el destierro en la virtud se emplea,
es echar la salud por quedar sanos.
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Título: Enseña a los avaros y codiciosos, el más seguro modo de enriquecer mucho
Primer verso: Si enriquecer pretendes con la usura

- CV a -
Enseña a los avaros y codiciosos el más seguro modo de enriquecer mucho

Si enriquecer pretendes con la usura,
Cristo promete, ¡oh pálido avariento!,
por uno que en el pobre le des, ciento:
¿dónde hallarás ganancia más segura?

La desdicha del pobre es tu ventura;
su hambre y su miseria, tu sustento;
su desnudez, tus galas y tu aumento,
si socorres su afán y pena dura.

Fías de la codicia del tratante
y de la tierra y en alado pino
los tesoros al mar siempre inconstante,

y sólo dudas del poder divino,
pues su misma promesa no es bastante
a persuadir tu ciego desatino.
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Título: A un Juez Mercadería
Primer verso: Las leyes con que juzgas, ¡oh, Batino!

- CXII a -
A un juez mercadería

Las leyes con que juzgas, ¡oh Batino!,
menos bien las estudias que las vendes;
lo que te compran solamente entiendes;
más que Jasón te agrada el Vellocino.

El humano derecho y el divino,
cuando los interpretas, los ofendes,
y al compás que la encoges o la extiendes,
tu mano para el fallo se previno.

No sabes escuchar ruegos baratos,
y sólo quien te da te quita dudas;
no te gobiernan textos, sino tratos.

Pues que de intento y de interés no mudas,
o lávate las manos con Pilatos,
o, con la bolsa, ahórcate con Judas.
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Algunos años antes de su prisión última, me envió este excelente soneto desde La Torre.

- CXV -
Gustoso el autor con la soledad y sus estudios, escribió este soneto

Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.

Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años, vengadora,
libra, ¡oh gran don Ioseph! docta la emprenta.

En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquella el mejor cálculo cuenta
que en la lección y estudios nos mejora.



Epístola satírica y censoria contra las costumbres de los castellanos, 
escrita a don Gaspar de Guzmán, Conde Olivares, en su Valimiento

No he de callar por más que con el dedo,
ya tocando la boca o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.

¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

Hoy, sin miedo que, libre, escandalice,
puede hablar el ingenio, asegurado
de que mayor poder le atemorice.

En otros siglos pudo ser pecado
severo estudio y la verdad desnuda,
y romper el silencio el bien hablado.

Pues sepa quien lo niega, y quien lo duda,
que es lengua la verdad de Dios severo,
y la lengua de Dios nunca fue muda.

Son la verdad y Dios, Dios verdadero,
ni eternidad divina los separa,
ni de los dos alguno fue primero.

Si Dios a la verdad se adelantara,
siendo verdad, implicación hubiera
en ser, y en que verdad de ser dejara.

La justicia de Dios es verdadera,
y la misericordia, y todo cuanto
es Dios, todo ha de ser verdad entera.

Señor Excelentísimo, mi llanto
ya no consiente márgenes ni orillas:
inundación será la de mi canto.

Ya sumergirse miro mis mejillas,
la vista por dos urnas derramada
sobre las aras de las dos Castillas.

Yace aquella virtud desaliñada,
que fue, si rica menos, más temida,
en vanidad y en sueño sepultada.

Y aquella libertad esclarecida,
que en donde supo hallar honrada muerte,
nunca quiso tener más larga vida.

Y pródiga de l'alma, nación fuerte,
contaba, por afrentas de los años,
envejecer en brazos de la suerte.

Del tiempo el ocio torpe, y los engaños
del paso de las horas y del día,
reputaban los nuestros por extraños.

Nadie contaba cuánta edad vivía,
sino de qué manera: ni aun un'hora
lograba sin afán su valentía.

La robusta virtud era señora,
y sola dominaba al pueblo rudo;
edad, si mal hablada, vencedora.

El temor de la mano daba escudo
al corazón, que, en ella confiado,
todas las armas despreció desnudo.

Multiplicó en escuadras un soldado
su honor precioso, su ánimo valiente,
de sola honesta obligación armado.

Y debajo del cielo, aquella gente,
si no a más descansado, a más honroso
sueño entregó los ojos, no la mente.

Hilaba la mujer para su esposo
la mortaja, primero que el vestido;
menos le vio galán que peligroso.

Acompañaba el lado del marido
más veces en la hueste que en la cama;
sano le aventuró, vengóle herido.

Todas matronas, y ninguna dama:
que nombres del halago cortesano
no admitió lo severo de su fama.

Derramado y sonoro el Oceano
era divorcio de las rubias minas
que usurparon la paz del pecho humano.

Ni los trujo costumbres peregrinas
el áspero dinero, ni el Oriente
compró la honestidad con piedras finas.

Joya fue la virtud pura y ardiente;
gala el merecimiento y alabanza;
sólo se cudiciaba lo decente.

No de la pluma dependió la lanza,
ni el cántabro con cajas y tinteros
hizo el campo heredad, sino matanza.

Y España, con legítimos dineros,
no mendigando el crédito a Liguria,
más quiso los turbantes que los ceros.

Menos fuera la pérdida y la injuria,
si se volvieran Muzas los asientos;
que esta usura es peor que aquella furia.

Caducaban las aves en los vientos,
y expiraba decrépito el venado:
grande vejez duró en los elementos.

Que el vientre entonces bien diciplinado
buscó satisfación, y no hartura,
y estaba la garganta sin pecado.

Del mayor infanzón de aquella pura
república de grandes hombres, era
una vaca sustento y armadura.

No había venido al gusto lisonjera
la pimienta arrugada, ni del clavo
la adulación fragrante forastera.

Carnero y vaca fue principio y cabo,
Y con rojos pimientos, y ajos duros,
tan bien como el señor, comió el esclavo.

Bebió la sed los arroyuelos puros;
de pués mostraron del carchesio a Baco
el camino los brindis mal seguros.

El rostro macilento, el cuerpo flaco
eran recuerdo del trabajo honroso,
y honra y provecho andaban en un saco.

Pudo sin miedo un español velloso
llamar a los tudescos bacchanales,
y al holandés, hereje y alevoso.

Pudo acusar los celos desiguales
a la Italia; pero hoy, de muchos modos,
somos copias, si son originales.

Las descendencias gastan muchos godos,
todos blasonan, nadie los imita:
y no son sucesores, sino apodos.

Vino el betún precioso que vomita
la ballena, o la espuma de las olas,
que el vicio, no el olor, nos acredita.

Y quedaron las huestes españolas
bien perfumadas, pero mal regidas,
y alhajas las que fueron pieles solas.

Estaban las hazañas mal vestidas,
y aún no se hartaba de buriel y lana
la vanidad de fembras presumidas.

A la seda pomposa siciliana,
que manchó ardiente múrice, el romano
y el oro hicieron áspera y tirana.

Nunca al duro español supo el gusano
persuadir que vistiese su mortaja,
intercediendo el Can por el verano.

Hoy desprecia el honor al que trabaja,
y entonces fue el trabajo ejecutoria,
y el vicio gradüó la gente baja.

Pretende el alentado joven gloria
por dejar la vacada sin marido,
y de Ceres ofende la memoria.

Un animal a la labor nacido,
y símbolo celoso a los mortales,
que a Jove fue disfraz, y fue vestido;

que un tiempo endureció manos reales,
y detrás de él los cónsules gimieron,
y rumia luz en campos celestiales,

¿por cuál enemistad se persuadieron
a que su apocamiento fuese hazaña,
y a las mieses tan grande ofensa hicieron?

¡Qué cosa es ver un infanzón de España
abreviado en la silla a la jineta,
y gastar un caballo en una caña!

Que la niñez al gallo le acometa
con semejante munición apruebo;
mas no la edad madura y la perfeta.

Ejercite sus fuerzas el mancebo
en frentes de escuadrones; no en la frente
del útil bruto l'asta del acebo.

El trompeta le llame diligente,
dando fuerza de ley el viento vano,
y al son esté el ejército obediente.

¡Con cuánta majestad llena la mano
la pica, y el mosquete carga el hombro,
del que se atreve a ser buen castellano!

Con asco, entre las otras gentes, nombro
al que de su persona, sin decoro,
más quiere nota dar, que dar asombro.

Jineta y cañas son contagio moro;
restitúyanse justas y torneos,
y hagan paces las capas con el toro.

Pasadnos vos de juegos a trofeos,
que sólo grande rey y buen privado
pueden ejecutar estos deseos.

Vos, que hacéis repetir siglo pasado,
con desembarazarnos las personas
y sacar a los miembros de cuidado;

vos distes libertad con las valonas,
para que sean corteses las cabezas,
desnudando el enfado a las coronas.

Y pues vos enmendastes las cortezas,
dad a la mejor parte medicina:
vuélvanse los tablados fortalezas.

Que la cortés estrella, que os inclina
a privar sin intento y sin venganza,
milagro que a la invidia desatina,

tiene por sola bienaventuranza
el reconocimiento temeroso,
no presumida y ciega confianza.

Y si os dio el ascendiente generoso
escudos, de armas y blasones llenos,
y por timbre el martirio glorïoso,

mejores sean por vos los que eran buenos
Guzmanes, y la cumbre desdeñosa
os muestre, a su pesar, campos serenos.

Lograd, señor, edad tan venturosa;
y cuando nuestras fuerzas examina
persecución unida y belicosa,

la militar valiente disciplina
tenga más platicantes que la plaza:
descansen tela falsa y tela fina.

Suceda a la marlota la coraza,
y si el Corpus con danzas no los pide,
velillos y oropel no hagan baza.

El que en treinta lacayos los divide,
hace suerte en el toro, y con un dedo
la hace en él la vara que los mide.

Mandadlo así, que aseguraros puedo
que habéis de restaurar más que Pelayo;
pues valdrá por ejércitos el miedo,
y os verá el cielo administrar su rayo.



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