martes, 4 de julio de 2017

La Muralla de Lugo • Lucus Augusti • Hispania



Semanario Pintoresco Español. 6 de octubre de 1850. BNE

Bastarían unas cuantas fotografías para mostrar la Muralla de Lugo, porque tanto el muro propiamente dicho, como algunas de sus puertas, tienen enorme interés y atractivo en sí mismos. Pero resultaría una sencilla muestra de una gran construcción –basada, por cierto, en las reglas de Vitrubio–, si la aislamos del entorno histórico que promovió, tanto la edificación de la ciudad –Lucus Ausgusti–, como la de la propia muralla. La historia se torna absolutamente interesante, si sabemos, hasta donde es posible, qué había y quién vivía en la zona, antes de la arrolladora intervención de Roma, y lo qué dejó a su paso. Empezaremos, pues, aportando unas notas sobre el nombre y el ser de los hispanos, en realidad, sometidos por Roma.

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El término Hispania, aun con grandes dudas acerca de su origen, es un término latino, mientras que el término Iberia es griego, transmitido exclusivamente a través de textos griegos; tienen que pasar siglos antes de que empecemos a llamar España a los territorios, más o menos extensos a los que nos referimos al emplear ambas denominaciones.

Los habitantes de Iberia son iberos y los de Hispania, hispanos; algo que parece muy simple, pero con demasiada frecuencia leemos u oímos decir, español para referirnos a ellos, lo cual es, como mínimo, extemporáneo, y en todo caso, inadecuado, pues no podemos decir que Séneca o Adriano fueron españoles, sino hispanos; romanos nacidos en Hispania, como tampoco podríamos decirlo todavía de Boabdil, ya a finales del siglo XV.

Los textos romanos emplearon siempre el nombre de Hispania, al menos, desde el año 200 aC., momento en que lo dejó escrito el poeta Quinto Ennio (Rudia, Italia, 239 a.C.-Roma, 169 a.C.).

El historiador griego Polibio, que estuvo en Numancia –Soria-, en el siglo II aC., llama Iberia sólo a la costa mediterránea, mientras que Estrabón, en el siglo I aC., en su Geografía se refiere a toda la península con el nombre de Iberia, y dice que su límite está en Pyrene.

No es hasta el siglo II dC., cuando Apiano escribe que la península es llamada ahora Hispania en lugar de Iberia por algunos.

Así, Roma aplicó el nombre de Hispania a las tres primeras provincias fundadas en suelo ibérico: Hispania Ulterior Baetica; Hispania Citerior Tarraconensis, e Hispania Ulterior Lusitania, pero no a las que siguieron: Carthaginensis, Gallaecia, y ya en la época de la decadencia imperial, la Balearica y la llamada Mauritania Tingitana, que al depender administrativamente de las provincias hispánicas, se llamó también, curiosamente, Hispania Transfretana, denominación que nos lleva más allá del estrecho o fretum, es decir, al norte de África.

Hasta aquí todo parece claro y definido, pero no es así, ya que lo cierto, es que la palabra Hispania no es de raíz latina, y ello ha provocado la aparición de varias hipótesis acerca de su posible origen.

La Hipótesis Fenicia procede de un texto de Gayo Valerio Catulo, que llama a la península Cuniculosa, es decir, Conejera, considerando la palabra hebrea –lengua emparentada con la fenicia-, “sphan”, similar a la fenicia “isphanim”, que significa “damanes”; entonces frecuentemente confundidos con los conejos –que los fenicios no conocían, pero que eran, al parecer, numerosísimos en todo el territorio peninsular-.

Siendo los fenicios la primera civilización exterior que llegó a la península los romanos habrían tomado de ellos el significado de Hispania como “tierra abundante en conejos”, y así lo emplean Cicerón, César, Plinio el Viejo, Catón, Tito Livio y, sobre todo, Catulo, que se refiere siempre a Hispania como península cuniculosa

De hecho, hay monedas de la época de Adriano, en las que se representa a Hispania como una mujer sentada, con un conejo a sus pies. 


Denario de Adriano. Imagen: Imperio Numismático

Isidoro de Sevilla, por su parte, dice en las Etimologías, que el nombre vendría de Ispani, el topónimo fenicio-púnico de Sevilla, a la que, por la misma razón, los romanos llamarían Hispalis. A esta hipótesis se adhirió también Antonio de Nebrija, si bien dando al nombre de Hispalis el significado de “ciudad de occidente”, sentido que se mantuvo hasta ya entrado el siglo XX.

La hipótesis euskera, propuesta en el siglo XIX, defendida por el Padre Isla, propone que Hispania provendría de Izpania, con el significado de “la que parte el mar”, hipótesis a a que se adhirió Unamuno, aunque encontraba una dificultad en otro significado de la misma palabra, el de “labio” o “borde”, que, sin embargo no resulta tan extraño, sabiendo que la península como tal, está casi completamente bordeada por el mar y sus costas serían el borde de la de tierra.

Con base en el mito antiguo, se propuso que tanto Hispalis como Hispania no serían sino derivaciones de los nombres de dos reyes legendarios, Hispalo y su hijo Hispano, hijo y nieto, respectivamente, de Hércules.

Los escritores antiguos, por su parte, hallaban un origen griego en el término; esperos, el nombre de la primera estrella de la tarde en occidente. Los griegos llamaban Hesperia a Italia y a Hispania, que tenían al oeste. Con el tiempo, Hesperia, se habría transformado gradualmente en Hispania. 

Algunos Incluso, relacionaron el nombre con el del dios Pan.

La realidad es que buena parte de la guerra entre cartagineses o fenicios, y romanos, se produjo en tierras de Iberia: las Guerras Púnicas terminaron con el triunfo absoluto de Roma y la práctica desaparición de Cartago. Los romanos mantuvieron para las nuevas tierras el nombre que oían a los cartagineses, Ispania, al cual añadirían después, la H.

Escribe Estrabón en su Geografía, Libro III: Algunos dicen que las designaciones de Iberia e Hispania son sinónimas, que los romanos han designado a la región entera indiferentemente con los nombres de Iberia e Hispania, y a sus partes las han llamado ulterior y citerior.

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Dicho pues, todo lo posible, dentro de la deseada brevedad, sobre el porqué del nombre Hispania, pasamos a ver lo que pensaban los romanos de sus habitantes.

Escribió Cneo Pompeyo Trogo, historiador galo–romano del siglo I aC: Los hispanos tienen preparado el cuerpo para la abstinencia y la fatiga, y el ánimo para la muerte: dura y austera sobriedad en todo. En tantos siglos de guerras con Roma no han tenido ningún capitán sino Viriato, hombre de tal virtud y continencia que, después de vencer a los ejércitos consulares durante diez años, nunca quiso, en su género de vida, distinguirse de cualquier soldado raso.

Otro historiador romano Tito Livio (59 aC. a 17 dC., describe también el carácter del habitante hispano: Ágil, belicoso, inquieto. Hispania es distinta de Itálica, más dispuesta para la guerra a causa de lo áspero del terreno y del genio de los hombres.

Lucio Anneo Floro, ss. I–II, historiador y amigo del emperador Adriano, observa: La nación hispana o la Hispania Universa no supo unirse contra Roma. Defendida por los Pirineos y el mar, habría sido inaccesible. Su pueblo fue siempre valioso pero mal jerarquizado.

Valerio Máximo habló de la fides celtiberica, según la cual, el íbero no creía lícito sobrevivir a su caudillo en la batalla. Es la conocida devotio o dedicación íbera de los comienzos del imperio romano. 

Ya en el siglo IV, un retórico galo llamado Pacato, dedicó parte de su obra a describir Hispania, su geografía, clima, habitantes, soldados, etc., y con gran admiración escribe: Esta Hispania produce durísimos soldados, ésta expertísimos capitanes, ésta fecundísimos oradores, ésta clarísimos vates, ésta es madre de jueces y príncipes, ésta dio para el Imperio a Trajano, a Adriano, a Teodosio.

De su época es la obra titulada Expositio totius mundi, en que se define a Hispania como, Spania, tierra ancha y vasta, y con numerosos hombres sabios. Nótese que para entones –estamos en el siglo IV–, ya se empleaban indistintamente los nombres Hispania y Spania.

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Después de derrotar a los cartagineses –recordemos que Aníbal había llegado a las puertas de Roma, para terror de sus habitantes, incapaces de concebir la posibilidad de ser invadidos ellos mismos–, pero una vez que Cartago fue prácticamente borrada de la faz de la tierra –Cartago delenda est–, Roma tomó posesión de los territorios peninsulares, previamente invadidos por los cartagineses, es decir, desde Ampuries a Cartago Nova, más la práctica totalidad de lo que hoy es Andalucía, desde Sierra Morena, procediendo de inmediato a su división geográfico–administrativa. 

A partir de entonces, se llamó Hispania Ulterior, a la más alejada de Roma, con capital en Corduba, y Citerior, a la más próxima, con capital en Tarraco.


Tal división se mantuvo más o menos durante unos sesenta años a partir del 197 aC., pues en el año 27 aC., Agripa diferenció tres partes, añadiendo la provincia de Lusitania que comprendía casi todo el Portugal actual –excepto la franja al norte del Duero– unida a la práctica totalidad de lo que hoy son Extremadura y Salamanca.


El emperador Augusto renombró los territorios y límites administrativos, constituyendo la Hispania Ulterior, la Bética –a la que Estrabón llamará Turdetana–, que llegaba hasta el sur de Badajoz, separada de Lusitania –que seguía formando parte de la Ulterior–, con capital en Augusta Emérita, hoy, Mérida-.

Por último, la Hispania Citerior, o Tarraconensis, con capital en Tarraco, a la que se unieron los nuevos territorios conquistados a los cántabros.

Y fue ya Diocleciano (284–305), quien dividió la Tarraconense en tres provincias: Gallaecia, Cartaginense y Tarraconense, propiamente dicha, añadiendo estas tres provincias a las ya existentes, Lusitania y Bética, siendo la sexta, la ya citada Mauretania Tingitana


Tal como se aprecia en el mapa esquemático, aquí ya aparece Lucus Augusti, como uno de los Conventus, o ciudades cabecera de un entorno determinado, que dependía administrativamente de ellas. Así, pues, visitaremos el Conventus Lucus, para contemplar tranquila y detalladamente su fascinante muralla.

Considerando que Roma ya había iniciado una decadencia irreversible, hay que tener en cuenta que los muros o murallas, con todo su valor histórico, implican un cambio radical en el quehacer imperial, es decir, que Roma ha dejado de conquistar y ahora se encuentra ante la imperiosa necesidad de defenderse de los innumerables enemigos que ha dejado a su paso a lo largo de siglos de conquistas que parecían no tener límite alguno, después de alcanzar a Egipto o Mesopotamia. Ella misma hubo de establecer esos limes, con sus famosos muros para resguardarse tras ellos, paradójicamente, de cuantos pueblos habían sometido a la Pax Romana

A finales del siglo III el Imperio Romano se derrumbaba sobre sí mismo, especialmente en su parte más occidental, agostado por la corrupción, la anarquía y las guerras civiles. Más o menos por la misma época en que Diocleciano llevaba a cabo las nuevas divisiones territoriales en Hispania, consciente de las insuperables dificultades que conllevaba para entonces el intento de mantener unida tal inmensidad de territorios, optó también por dividir el propio Imperio, entre Oriente y Occidente, manteniendo él mismo las riendas de este último, a la vez que enviaba a Maximiano a gobernar el de Oriente.

Maximus (409–411) se autoproclamó emperador independiente de Hispania. Parece que tras su derrota, y habiendo realizado pactos feudales con suevos, vándalos y alanos, ingresó en un convento, pasando ya los territorios por él usurpados a manos de Eurico. Aquellos a los que Roma llamaba Bárbaros, empezaban a ocupar sus territorios.

Retrato idealizado de Eurico, rey de los Visigodos. Manuel Rodríguez de Guzmán. 
Ca. 1855. Museo del Prado

Eurico conoció el derrumbe del Imperio Romano de Occidente en la persona de su último emperador: Rómulo Augústulo, en 476.

De acuerdo con San Isidoro, es bajo los visigodos cuando se empieza a hacer un sitio la idea de la unidad de la Península. En su obra Historia Gothorum, es Suintila -hijo de Recaredo-, muerto en Toledo, en 634, quien aparece ya como el monarca de totius Spaniae. (Dicho sea de paso, su valiosa y bella Corona, procedente del Tesoro de Guarrazar, desaparecida desde 1921, ha sido recuperada recientemente).

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La muralla de Lucus Augusti es probablemente la mejor conservada de la península Ibérica. Aunque ha sufrido diversas modificaciones, no se ha alterado excesivamente su aspecto original, en cuya construcción se siguieron las directrices constructivas de Vitrubio.

La muralla tiene algo más de dos km de longitud y sus muros oscilan entre 4,20 y 7 m. de ancho. La distancia entre torres, varía desde casi 9 metros, hasta casi 16,50, con alturas entre 8 y 12 metros por la parte exterior. Se cree que hubo cerca de 90, de las cuales se conservan íntegras 46 y fragmentos de muchas más, cuyos huecos varían entre cerca de 6 y casi 13 metros.

El motivo del trazado de esta construcción de carácter defensivo, ofrece un interrogante que aún no ha podido ser resuelto. ¿Por qué quedaron fuera de su perímetro importantes núcleos de viviendas, mientras que rodeaba y protegía tierras deshabitadas?

Está construida fundamentalmente, de granito, que refuerza puertas y ángulos, y lajas de pizarra por la parte exterior. El interior está hecho de un mortero amasado con tierra, piedras y guijarros. Todos ellos materiales muy abundantes en la zona.



Se conservan 60 torres de planta circular y 11 cuadrangulares.


Se supone que podían estar coronadas por dos plantas con ventanales, desde el adarve, como las que se ven en la torre llamada de A Mosqueira en la que todavía se conservan en parte.

A Mosqueira desde el adarve

A Mosqueira desde el exterior

De la primera época había cinco puertas de acceso que correspondían a las vías principales interurbanas, pero entre 1853 y 1921 se abrieron otras cinco.

Las cinco de la época romana son: Porta Falsa (2), Porta de San Pedro (4), Porta de Santiago (7). Porta Miñá (8), y Porta Nova (10). 

De ellas, probablemente la Porta Miñá y la Falsa sean prácticamente originales. La puerta principal estaba en el lugar en el que se levantó el Reducto de Cristina y era conocida por el nombre de Porta Castelli.


Las puertas abiertas desde el siglo XIX son las de (1)San Fernando (1853), (3) Estación (1875), (5) Obispo Izquierdo (1888), (6) Obispo Aguirre (1894) y (9) Obispo Odoario (1921).

-Por la puerta de San Pedro entraban las calzadas de Asturica Augusta, (Astorga) y Braccara Augusta, (Braga, Portugal). 
-Por la Porta Nova se iba a Brigantium, (Betanzos).
-Por la Porta Miñá se iba a Iria Flavia, (Padrón).
-Por la Porta Falsa se iba a la costa y al puerto de Lucus Asturum.


Además de constituir un elemento defensivo, la muralla sirvió para establecer portazgos y una especie de aduana capaz de controlar el acceso de personas mediante puertas propiamente dichas, de madera, que se conservaron durante el siglo XIX, siendo retiradas definitivamente en 1877.

1 Puerta de San Fernando


Inaugurada en 1858 por Isabel II. Se construyó entre los años 1853-54 y se llamó Puerta del príncipe en homenaje al hijo de la reina. En 1962 se reformó y ensanchó, datando de entonces sus medidas actuales : 12,5 m. de alto por 7,50 m. Es uno de los principales accesos a la ciudad vieja y está abierta al tráfico.

2 (Ant.)-Porta Falsa


Es una de las originales y se llamó Puerta del Boquete hasta e sigo XVIII. Es, por sus dimensiones, una de las originales romanas. Responde al tipo de puertas romanas de uso militar, aunque fue muy modificada en 1798. Mide 3,45 m de ancho y 5,65 de alto. Durante la Edad Media estuvo condenada y se reabrió en 1602.

3 Porta da Estación


La llegada del ferrocarril a la ciudad y la construcción de la estación, forzó la necesidad de abrir esta puerta en 1875. Un año más tarde se amplió tirando las dos torres que la flanqueaban. En 1921 fue demolida y se construyó la actual, de 10 m de ancho por 8 de alto. Tiene adosados dos recintos que servían para el cobro del portazgo.

4 (Ant.)-Puerta de San Pedro


Está en el lugar de una puerta romana era denominada en la Edad Media Puerta de Sancti Petri o Porta Toletana, que daba acceso al camino de Castilla. También discurre a través de ella el Camino de Santiago en la parte conocida como el “Primitivo’’ a Lugo.

Mide 3,70 m de ancho por 4,85 m de alto, con bóveda de medio cañón y arco fajón. Está flanqueada por dos torreones, también tiene un recinto que estaba destinado a cuerpo de guardia. Afortunadamente, no fue remodelada en 1865 por falta de fondos. En su exterior aparece el escudo de la ciudad con la fecha de la remodelación, 1781.

5 Puerta del Obispo Izquierdo


Conocida también como Puerta de la Cárcel, pues se abrió para permitir un mejor acceso a la misma, recién construida. Es la tercera de las nuevas que se abrieron en el siglo XIX, concretamente en 1888, cuando recibió el nombre de del Obispo Izquierdo, considerado como un benefactor de Lugo. Mide 4,32m de ancho, por 7,15 de altura. También percibía portazgo.

6 Puerta del Obispo Aguirre

Se abrió en 1894 para facilitar la comunicación entre el Seminario, construido en 1885 por el Obispo Aguirre, con el cementerio, inaugurado en 1858. Tiene 10 m de ancho por 8,15. Tiene recinto de portazgo. Para su construcción, sin embargo,  se derribaron dos torres de la muralla que tenían lápidas romanas.

7 (Ant.)-Porta de Santiago


Anteriormente llamada puerta del Postigo; de Posticu, en gallego do Pexigo, término que parece referirse al portillo de una puerta más grande. Es de las originales y sus dimensiones, 4,15 m de ancho, por 5,50 m. y sobre el adarve, 6,90 m. En 1759 se reformó para permitir el paso de coches y fue entonces cuando se le añadió una hornacina con la imagen de Santiago Matamoros sobre el escudo de armas del Obispo Izquierdo. En tiempos era de uso exclusivo para permitir el acceso de los canónigos a sus huertas, hasta 1589 y sólo permanecía abierta en tiempos de peste. Tenía, además, un puente levadizo.

8 (Ant.)-Porta Miñá


Es otra de las originales y la que menos modificaciones ha sufrido, como se puede ver en sus sillares y pizarras. Tiene 3,65 m de ancho y es conocida también, como Puerta del Carmen y llamada Mineana.; hoy Miñá, debido a que constituye un acceso al río Miño.

También tiene bóveda de cañón y arco de medio punto, además de sus dos torreones y el recinto destinado a cuerpo de guardia, aunque durante cierto tiempo, fue usado como capilla. En este caso, la puerta persiste, porque en 1870, no había fondos para su derribo.

9 Puerta del Obispo Odoario


Leemos que esta puerta fue construida de forma ilegal, es decir, como un ataque a un elemento patrimonial de suma importancia, y el escándalo subsiguiente, fue lo que propició el reconocimiento de la muralla como Monumento Nacional. Se abrió el hueco en 1921 a causa de las obras del Hospital de Santa María y fue reconstruida en 1928. Mide 12 m de ancho por 9,10 de alto. 

10 (Ant.) -Porta Nova


La puerta medieval fue derribada en 1899, construyéndose en su lugar otra más moderna y de mayor tamaño. Tiene 4,60 m de ancho y 8 de alto con arco carpanel y sillería, sobre un paño de la muralla. Permanece el habitáculo destinado a portazgo. La actual fue inaugurada en abril de 1900. Constaba de un recinto para el cuerpo de guardia, de origen romano.



Escaleras

El acceso al adarve, o paseo de ronda, se hacía por escaleras construidas entre el muro de las torres. Hay restos de 16 diferentes, de las cuales, las primeras fueron descubiertas en 1962, pues se hallaban cubiertas de basura y tierra. Se cree que había una en cada torre, pero no arrancaban de la base de la muralla, sino que era necesaria una escala móvil para acceder a ellas, siendo retiradas posteriormente desde el interior. Quedan seis de estas escaleras.

El perímetro amurallado se componía asimismo de un foso y un intervallum, como era habitual en construcciones semejantes.

El foso, a cinco metros de las torres, tenía 20 metros de ancho y 4 de profundidad. Está documentado en 1987, en unos estudios arqueológicos. No era continuo, sino que se componía de varios tramos independientes, en cuyo fondo existen unas canalizaciones, cuya finalidad es desconocida.

El intervallum es el espacio entre la muralla y las casas habitadas. Se extiende a lo largo de todo el muro por el interior, y servía de acceso para abastecer la defensa en las torres. Como ocurrió en la mayoría de las murallas, con el tiempo, se fue invadiendo el intervallum con nuevas edificaciones, en la mayor parte de los casos, adosadas directamente sobre los paños de la muralla. Hacia 1950, todavía quedaban unos treinta edificios en estas condiciones.

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La muralla de Lugo constituye un caso en que, en lugar de que esta originara un estrechamiento de la ciudad urbanizada, dio lugar, por el contrario, a su expansión, aunque durante los dominios suevo y visigodo empezó a despoblarse, volviendo a su ocupación más plena tras la Reconquista y fue ya en el siglo XVI cuando se empezó a construir entre los huecos de las torres, por su parte exterior.

En 1837 se levantó el llamado Reducto Cristina y ya entre los años 1853 y 1921, como ya vimos, se construyeron las cinco puertas nuevas, de estilos absolutamente incompatibles con el diseño original que hoy veríamos como indeseables, frente a la revalorización natural de tan valioso patrimonio histórico.


Hasta 1971 no se puso en marcha la Operación Muralla Limpia, por a que se derribaron las edificaciones adosadas al exterior de los muros.

El reducto María Cristina fue construido para proveer a la defensa de la ciudad durante las Guerras Carlistas. Ubicado entre las Puertas del Obispo Aguirre y la Mosqueira, se construyó en forma triangular y en ella se colocó la necesaria artillería que podía ser empleada a través de numerosas troneras. 

En 1999 apareció un cubo original, cubierto por el reducto, que parece ser que formaba parte de la puerta principal de acceso a través de la muralla, la Porta Castelli. Fue bautizada con el nombre de la reina Cristina, entonces regente, cuando Isabel II tenía apenas 7 años y su tío, el infante don Carlos, le disputaba el trono.




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