jueves, 1 de junio de 2017

Lou Andreas Salomé • Compañera de viaje de: FRIEDRICH NIETZSCHE



Sociedad Filológica. Nietzsche de pie, el tercero desde la izquierda

¿Cuántas dudas, vacilaciones, desencantos, temores, frustraciones, angustias, inquietudes, desasosiegos, incertidumbres, decepciones, aprensiones, naufragios, incomunicaciones, desamor, ansiedad, soledad y dolor, en suma, pueden acumularse en la mente de un genio a lo largo de su vida, hasta sumirla en la oscuridad y el silencio?

Tu alma tiene sed de estrellas…

Todavía es preciso llevar en sí el caos, para poder traer al mundo una estrella vibrante.

Nietzsche. Así habló Zaratustra. Prólogo

No vamos a internarnos en la selva del pensamiento de Friedrich Nietzsche, al cual trataremos de acercarnos con la máxima sencillez y brevedad, siquiera sea reduciéndonos al título y al por qué de algunos de sus escritos –cuya lectura se impone por encima de cualquier intento de explicación–, sino que nos referiremos singularmente a su relación con Lou von Salomé, y a lo que esta significó en la evolución vital del filósofo, puesto que ella es el nexo entre los autores que aquí estamos recordando y, por tanto, el hilo conductor de esta pequeña serie.

Ya sabemos que Lou padeció una afección pulmonar a causa de la cual, su madre decidió que debía cambiar de clima, decidiendo llevarla a pasar una temporada en Italia, donde ella misma la acompañaría. Tenía entonces Lou 21 años y allí conoció a Nietzsche, que había cumplido 38 aquel año -1882- y en su transcurso experimentó el filósofo, probablemente, la única verdadera historia de amor de su vida, aunque tuvo que compartirla con Paul Rée, a quien ya conocemos, a pesar de que algunos críticos consideran que los tres conformaron un trío de carácter filosófico – platónico.

Lou y Nietzsche compartieron reflexiones acerca de La Muerte de Dios; y su interés por el hinduismo; sobre ello debatieron sosegadamente a lo largo de tres semanas, a la vista de bellísimos paisajes. Para el filósofo, Lou era una muchacha notablemente dotada y a la vez, difícil de sobrellevar, si bien parece que Elisabeth, la hermana de Friedrich, movida por celos enfermizos, se encargó de alejarlo de la “joven rusa”. 

Elisabeth se empeñó en terminar con aquella relación antes de que naciera, tachando a Lou de “judía finesa”. Sabido es que en 1933 Elisabeth, ya viuda de un significado antisemita, se unió a una asociación de escritores del Tercer Reich. Nietzsche cayó en una depresión gradual y nunca perdonó a su hermana el haberse interpuesto entre él y su posible sueño. Sin embargo, bajo aquel estado de ánimo, escribió Así Hablaba Zaratustra – Also sprach Zarathustra.

Friedrich Nietzsche anunció el título de su nuevo libro en una carta a Heinrich Köselitz

También en Italia, en 1886, Lou conoció a Friedrich Carl Andreas, que profundamente enamorado de ella, al parecer, amenazó con suicidarse si era rechazada su petición de matrimonio. Lou aceptaría, pero con la condición de que no tendrían relaciones sexuales y convenció a su antiguo profesor Hendrik Gillot, para que oficiara su boda, el día 20 de junio de 1887.

Al parecer, los rompecabezas de Nietzsche empezarían ya a raíz de la muerte de su padre, cuando él tenía cuatro años, quedando bajo la custodia de su madre, junto con su abuela, su hermana, sus tías, y numerosas amigas de todas ellas, que parece ser que lo sobreprotegieron hasta el agobio, llegando en ocasiones a apuntarse una oculta atracción del autor hacia su hermana Lisbeth, quien le habría creado una extraña dependencia. 

Nietzsche en 1861

El primer acontecimiento que me conmocionó cuando aún estaba formándose mi conciencia fue la enfermedad de mi padre. Era un reblandecimiento cerebral. La intensidad de los dolores que sufría, la ceguera que le sobrevino, su figura macilenta, las lágrimas de mi madre, el aire preocupado del médico y, finalmente, los incautos comentarios de los conocidos, debieron advertirme de la inminencia de la desgracia que nos amenazaba. Y esa desgracia vino: mi padre murió. Yo aún no había cumplido cuatro años. Algunos meses después, perdí a mi único hermano, un niño vivaz e inteligente que, presa de un ataque repentino de convulsiones, murió en unos instantes.
Escritos autobiográficos de juventud

Hay quien cree, no obstante, que el verdadero amor, no confesado, Nietzsche, fue Cósima Liszt, la hija del compositor –pianista y director-, a la que conoció en 1869, pero que se unió incondicionalmente a Wagner, a quien acompañó y sirvió con adoración el resto de su vida, dejando atrás su matrimonio con el director –pianista y compositor-, Hans von Bülow. Sin embargo, aunque parece posible que ella constituyera la imagen ideal de la compañera con la que Nietzsche pudo soñar, prácticamente toda la crítica coincide en señalar que su verdadero amor, fue Lou von Salomé, a la que, finalmente, como veremos, un Nietzsche muy contrariado, dedicaría una carta extremadamente cruel y despectiva.

En todo caso, la posibilidad de conocer a Lou le provocó cierta euforia, y durante el viaje que le condujo de Génova a Roma, a través de Messina, Nietzsche compuso una serie de poemas llenos de alegría y esperanza. Siguió inspirado después de llegar a Mesina, donde escribió los que se consideran algunos de sus mejores poemas; en los Idilios de Messina aparece un Nietzsche contento y, casi diríamos, enamorado. 

Cuando vio a Lou por primera vez, en Roma, se acercó a ella, y le dijo, inclinándose muy ceremonioso: 

-¿Desde qué estrellas hemos venido a encontrarnos aquí?

Lo cierto es que a Lou le pareció un hombre que intentaba disimular una onerosa y evidente soledad. Poco después diría sobre él: 

Cuando se mostraba como era, en el hechizo de una conversación estimulante, entonces podía aparecer y desaparecer en sus ojos una conmovedora luminosidad, pero cuando su estado de ánimo era sombrío, entonces la soledad hablaba en ellos de manera tétrica, casi amenazadora, como si viniera de profundidades inquietantes.

Unos días después de su primer encuentro, Nietzsche se sentía tan arrebatado por la personalidad de Lou que se decidió a proponerle matrimonio, y pidió a Paul Rée que intermediara en su nombre, sin saber que Rée había solicitado lo mismo poco antes para sí. Ambas peticiones fueron rotunda e inmediatamente rechazadas, al parecer, sin dejar el menor atisbo de duda o esperanza acerca de tal decisión. 

Por supuesto, Nietzsche pensaba simplificar la situación, haciendo de Rée su intercesor para pedirme la mano. Nuestra situación era embarazosa, y buscamos la forma de arreglar las cosas lo mejor posible, sin poner en peligro nuestra trinidad,-escribió Lou en sus Memorias-.

Al conocer la negativa de Lou, Nietzsche mantuvo una apariencia tranquila. Poco después, madre e hija abandonaron Roma acompañadas por Rée, pero, al parecer, el filósofo conservó la esperanza de obtener mejores resultados si hablaba a solas con Lou. 

A primeros de mayo, los cuatro se encontraban en Orta. Un día que volvían de una excursión por el lago, inmersos en la magia de aquellos paisajes, Nietzsche y Lou dijeron que querían seguir paseando solos por la colina de Montesacro. La madre de Lou y Paull Rée simularon cansancio y decidieron esperar en la orilla.

No se sabe lo que ocurrió entre ellos en el transcurso de aquel paseo, pero, en contra de lo previsto, tardaron horas en volver, lo que provocó el enfado de la madre de Lou y los celos de Paul Rée. 

Cuando volvieron, Nietzsche parecía caminar sobre nubes.

Muchos años después, al ser preguntada al respecto por su amigo Ernst Pfeiffe, Lou le dijo: 

-¿Qué si besé a Nietzsche en Montesacro? Ya no lo sé. 

Por su parte, entre las notas de Nietzsche, se puede leer más de una vez, no como pregunta, sino como afirmación: La Lou de Orta, era otra persona.

Unas semanas después, cuando Lou y Friedrich volvieron a encontrarse en Lucerna, este insistió en su petición de matrimonio. Lou le dejó hablar sin interrupciones, pero volvió a decirle que deseaba seguir siendo libre, personal, intelectual y emocionalmente. A pesar de ello, movidos por su siempre patente interés hacia Lou, los dos enamorados decidieron seguir trabajando juntos en su compañía.

Lo que más inmediatamente me convenció de que mi plan, afrentoso para las costumbres sociales entonces vigentes, podría llevarse a cabo, fue, primero, un simple sueño nocturno. Vi un agradable gabinete de trabajo, lleno de libros y flores, flanqueado por dos dormitorios, con camaradas de trabajo yendo y viniendo a nuestra casa, unidos en un círculo alegre y serio. Lo inesperado sucedió cuando Nietzsche, apenas hubo tenido noticias del plan de Paul Rée y mío, se adhirió a él como el tercero. Incluso se fijó pronto el lugar de nuestro futuro trío: habría de ser… París, donde Nietzsche quería acudir para hablar con algunos colegas.

Pese a su decepción afectiva, Nietzsche acogió con interés el plan de vida y estudio en común soñado por Lou y, en principio pareció adaptarse bien al proyecto, al que también se unió, con gusto, la madre de Lou, pero, en contra de lo esperado, todo se vino abajo cuando Rée empezó a sentir celos ante la insistencia de Nietzsche hacia Lou, a pesar del evidente desinterés que ella siempre mostró al respecto. Aún así, en las cartas escritas por Nietzsche durante la primavera del año 1882 –excepto en las enviadas a su hermana-, se aprecia en él un hombre optimista. 

Pronto terminaron por separarse; Nietzsche se fue a visitar a su familia, mientras que Rée acompañó a Lou y a su madre, y después vovió solo a su propia casa.


Fue una separación breve, ya que, un mes y medio después, Lou y Rée se fueron juntos a Stibe a pasar el verano. Cuando Nietzsche lo supo, pidió a su hermana que invitara a Lou a pasar unas semanas con ellos en Turingia, a poder ser, sin la presencia de Rée. 

Sorprendentemente, Lou aceptó, y el mes de agosto de 1862 se convirtió para Nietzsche en uno de los momentos más felices de su vida, durante los cuales, él y Lou pasaban días enteros hablando –podríamos decir, filosofando–, sin descanso, incluso hasta alta horas de la noche.

Hemos conversado hasta el agotamiento –escribió Lou-: curiosamente él aguanta ahora cerca de diez horas diarias de charla. En nuestras veladas, cuando la lámpara, vendada como un inválido con un paño rojo para que no dañe sus pobres ojos, arroja sólo un débil resplandor por el cuarto, siempre llegamos a hablar de trabajos en común… Sorprendentemente, en nuestras conversaciones solemos acercarnos involuntariamente al borde de abismos, a aquellos lugares de vértigo adonde alguna vez él había subido en solitario, para mirar desde allí a otras profundidades. Siempre hemos elegido los caminos de los antílopes, y si alguien nos hubiera escuchado, habría creído que eran dos diablos los que conversaban.

No obstante, sabemos algo más, precisamente por medio de las cartas que Lou enviaba a Rée.

El 14 de agosto le escribe: Nietzsche, en general de una actitud férrea, es en lo particular una persona tremendamente versátil. Yo sabía que cuando admitiéramos lo que, en principio, en la tormenta del sentimiento, ambos evitábamos, rápidamente nos habríamos de encontrar en nuestras naturalezas profundamente semejantes, más allá de toda charla pedante […] Él sube aquí continuamente: una noche tomó mi mano, la besó dos veces y empezó a decir algo que no terminó. 

Los días siguientes estuve en cama, él me hacía llegar cartas a la habitación y me hablaba desde la puerta. Ahora ha desaparecido mi fiebre de siempre y me he levantado. Ayer pasamos juntos todo el día […] Elisabeth estuvo en el Dornburg visitando a unos conocidos. En el albergue nos consideran tan pareja como a tí y a mi, desde que me vieron llegar con él y sin Elisabeth […] 

Resulta un estímulo especial de la coincidencia en pensamientos, sentimientos e ideas; nos podemos entender casi con medias palabras. Él dijo una vez, impresionado por ello: 

-Creo que la única diferencia entre nosotros es la edad. Hemos vivido y pensado lo mismo. 

Y continúa el 18 de agosto: Al principio de mis relaciones con Nietzsche le escribía a Malwida que Nietzsche era una “naturaleza religiosa”, palabras que despertaron grandes dudas en ella. Hoy subrayaría esta expresión dos veces. Un día le veremos aparecer como el predicador de una nueva religión, y será una religión que exigirá de sus adictos que sean héroes. Tanto él como yo pensamos y experimentamos lo mismo en este orden de cosas, decimos absolutamente las mismas palabras y expresamos los mismos conceptos […] Nuestras conversaciones nos conducen a esos abismos, a esos lugares vertiginosos que se suelen escalar a solas para sondear las profundidades. 

Nietzsche con su madre

No tardó Nietzsche en darse cuenta de que, a pesar de su perfecto entendimiento con ella, Lou estaba mucho más próxima a Paul Rée, para quien llevaba un diario, en el que hablaba del propio Nietzsche, de sus sentimientos, de lo que les unía, de lo que les separaba y de las diferencias que, en su opinión, existían entre sus dos amigos.

El 26 de agosto -cuando Lou le regaló a Friedrich su poema, Oración de la vida, que había compuesto en 1880-, dio por terminado un idilio que nunca había llegado a serlo y, a partir de entonces, se fue distanciando de él, quizá porque en un momento dado, Nietzsche había tratado de alejarla de Rée intentando desprestigiarlo.

Lou escribió al respecto en sus memorias: 

Ninguno de nosotros dos imaginaba que sería la última vez. Las cosas ya no eran como al principio, aunque seguían en pie nuestros deseos de un futuro en común de los tres. Cuando me pregunto qué fue lo que fundamentalmente empezó a perjudicar mi disposición hacia Nietzsche, pienso que fue mi extrañeza ante la progresiva acumulación de sugerencias suyas, cuyo objeto era dejar en mal lugar a Paul Reé ante mí, pero, sobre todo, mi sorpresa creció ante el hecho de que él pudiera considerar efectivo semejante método.

Lou se fue a París con Rée, mientras Nietzsche se dirigió a Naumburg para reunirse con su madre, y aunque los tres volvieron a reunirse en octubre en Leipzig durante varias semanas, la comunidad ideal ya se había roto para siempre. El distanciamiento de Lou fue muy doloroso para Nietzsche, que cayó en una gran depresión: 

-Mi desconfianza ahora es inmensa –le dijo a Overbeck-, en todo lo que oigo percibo desprecio hacia mí. 

Culpó a su madre y a su hermana de haberse entrometido en su relación con Lou, y también se alejó de ellas, profundizando así su aislamiento: -No me gusta mi madre y me molesta oír la voz de mi hermana. Siempre me pongo enfermo cuando estoy con ellas-. Se aproximaba paso a paso un temible oscurecimiento mentaI. 

Lou siguió unos cinco años con Rée, pero a la larga él tampoco quiso seguir manteniendo aquella especie de unión fraternal. Moriría en un trágico accidente, como sabemos, después de haber abandonado toda relación con Lou y con la Filosofía.

Es evidente que tanto Rée como Nietzsche sufrieron por el rechazo de Lou a cualquier tipo de compromiso, pero ella mantuvo sin vacilaciones su imperioso deseo de libertad personal, y asumió, sin dudar, el precio que tuvo que pagar por ello, sin crear jamás falsas esperanzas en sus pretendientes; una actitud firmemente sostenida y suficientemente expresada, que convertía a sus pretendientes en responsables exclusivos de sus respectivas e íntimas catástrofes. 

En su caso, una sincera admiración intelectual, no fue nunca el puente hacia una relación amorosa, tal como algunos de sus pretendientes posiblemente esperaron; y de ello hay suficientes testimonios de otros célebres personajes de su entorno que corrieron la misma suerte, así, el Nobel de Literatura Gerhard Hauptmann, el dramaturgo Frank Wedekind; su propio marido, Andreas; el poeta Rainer María Rilke o el reconocido médico psicoanalista Víctor Tausk.

En cuanto a Nietzsche, en realidad, se podría pensar, considerando su definitiva y amarga ruptura con los Wagner; el consiguiente distanciamiento de su musa Cósima Liszt; sus continuas enfermedades. o la evidencia de que sólo la aceptación o el éxito de su obra, le devolvía parcialmente el deseo de vivir –se podría pensar, decimos–, que aunque hubiera tenido la posibilidad de haber establecido una convivencia habitual con Lou, a través del matrimonio, difícilmente habría constituido tal hecho un freno en su permanente huída hacia adelante. Parecería más bien, que el permanente rechazo de esta, fue lo que mantuvo encendida la llama por algún tiempo más, durante el cual, su único nexo con el mundo, fue la comunicación intelectual. Aunque esto no es sino una especulación. 


Tras escribir a Lou antaño cartas como aquella llena de entusiasmo, después de conocerla en Roma, en la que le hacía partícipe de todas sus intuiciones, planes y deducciones: -Decidí en Orta darle a conocer a usted, la primera, toda mi filosofía. ¡Ah! no tiene idea de qué decisión fue aquella: creía que no se podía hacer mayor regalo a alguien. [...] Estuve inclinado a considerarla como la visión y aparición de un ideal sobre la tierra. ¿Lo notó?-, pasó, como cualquier humano, quizás, demasiado humano, a enviarle un escrito en los términos más despectivos –y quizás, inmerecidos-, que cabría imaginar, tal vez inconscientemente empujado por la maliciosa campaña promovida por su hermana, en contra de la escritora. Más tarde, Nietzsche confesaría que en cierta ocasión había hecho algo contra Lou, aunque nunca especificó de qué se trataba.

Lou -le escribió-:

Que yo sufra mucho carece de importancia comparado con el problema de que no seas capaz, mi querida Lou, de reencontrarte a ti misma. 

Nunca he conocido a una persona más pobre que tu. 

Ignorante pero con mucho ingenio. Capaz de aprovechar al máximo lo que conoce. Sin gusto pero desconocedora de esta carencia. Sincera y justa en minucias, pero tozuda en general, en una escala mayor, en la actitud total hacia la vida: Insincera.

Sin la menor sensibilidad para dar o recibir. Carente de espíritu e incapaz de amar.
En afectos, siempre enferma y al borde de la locura.

Sin agradecimiento, sin vergüenza hacia sus benefactores…

En particular: Nada fiable. De mal comportamiento. Grosera en cuestiones de honor…

Un cerebro con incipientes indicios de alma.
El carácter de un gato: el depredador disfrazado de animal doméstico.
Nobleza como reminiscencia del trato con personas más nobles.
Fuerte voluntad pero no un gran objeto. Sin diligencia ni pureza. 

Sensualidad cruelmente desplazada. Egoísmo infantil como resultado de atrofia y retraso sexual.

Sin amor por las personas pero enamorada de Dios.

Con necesidad de expansión. Astuta, llena de autodominio ante la sexualidad masculina.
Tuyo, Friedrich N

1921

Sólo la creación de Zarathustra, evitó la crisis mental de Nietzsche durante algún tiempo. Aunque tras la ruptura con Lou, ya había hablado de suicidio, sobrevivió seis años al vacío, pero a partir de 1889, su colapso mental se mostró irreversible y tuvo que ser internado en un sanatorio.

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El día 3 de enero de 1889 Nietzsche paseaba por la Piazza Carlo Alberto, cuando se produjo un tumulto. Se acercó, y vio que un cochero estaba maltratando a un caballo. Instintivamente se abrazó al cuello del animal intentando protegerlo, pero cayó al suelo desvanecido.

Durante los días siguientes escribió notas incoherentes dirigidas a sus amigos, como la propia Cósima o el historiador Burckhardt, a quien dijo, por ejemplo: el año pasado fui crucificado por los doctores alemanes de una manera muy drástica. Wilhelm, Bismarck, y todos los antisemitas abolidos.

Pocos días después, Burckhardt mostró la carta a Overbeck, y ambos propusieron que Nietzsche debía volver a Basilea. Overbeck entonces viajó a Turín para acompañar al filósofo en su viaje de vuelta, procediendo a ingresarlo después en una clínica. 


La casa en la que vivió Nietzsche, mientras estuvo en Turín, al fondo, a la derecha, en la que se dice que tuvo el colapso, vista desde el otro lado de Piazza Carlo Alberto. A la izquierda, la fachada trasera del Palazzo Carignano.

Al parecer, el filósofo estaba completamente obnubilado, y al no observar ninguna mejoría en su estado, Franziska, su madre, optó por trasladarlo a otro sanatorio en Jena, donde creía que se empleaban métodos más eficientes, pero ya a principios de febrero de 1890, observó que el médico ejercía un control excesivo sobre su hijo, decidiendo finalmente, sacarlo de allí en marzo y llevarlo a su casa de Naumburgo, donde quedó instalado en mayo de 1890 y permanecería hasta 1897.

Su madre lo cuidó con absoluta abnegación. Trataba de animarlo intentando atraer su atención hacia los asuntos que siempre le habían interesado. Resultan sinceras y abrumadoramente conmovedoras sus palabras al respecto:

Nietzsche cuidado por su madre

En las horas del crepúsculo, cuando la oscuridad suele ser tanta que ni siquiera nos vemos, realizo una especie de ejercicio de memoria. Por ejemplo, le pregunto por Epicuro, Aristóteles, “cuénteme quién fue (...)”. Y me cuenta cosas durante una hora (...), de tal manera que siempre lamento que no lo escuche ninguna persona culta y erudita que pudiera replicarle de manera análoga.

Entre tanto, Overbeck y Gast decidieron ocuparse de la obra inédita de Nietzsche. Así, en enero de 1889, se ocuparon de organizar la distribución de El Ocaso de los Ídolos, que para entonces, ya estaba impreso, un mes después, salió Nietzsche contra Wagner y, por último, El Anticristo y Ecce Homo.

Friedrich Nietzsche. Cubierta del manuscrito de Ecce homo

Friedrich Nietzsche. Última página; 44, del manuscrito de Ecce homo

Henry van de Velde: diseño de la cubierta de la edición 1908, de Ecce Homo 

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Retrato de Nietzsche en palabras de Lou Salomé:

Era de mediana estatura, de aspecto tranquilo y cabellos negros peinados hacia atrás. Modestamente vestido aunque sumamente cuidado. Los rasgos finos y muy expresivos de su boca estaban casi completamente cubiertos por un espeso bigote. 


Podía perfectamente pasar desapercibido. Sus manos, sin embargo, conquistaban las miradas. Eran incomparablemente hermosas y finas, y el propio Nietzsche decía que revelaban su genio. Casi no veía, pero su vista enferma cubría sus rasgos con un encanto mágico, tenía la mirada volcada hacia adentro, porque toda su actividad no era más que una exploración del alma humana en busca de nuevos horizontes, en busca de esas “posibilidades no agotadas” que no se cansaba nunca de crear y transformar en el fondo de su pensamiento.
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En 1893, Elisabeth Nietzsche volvió de Paraguay, donde se había instalado, con el objetivo de fundar allí una colonia alemana junto con su marido, Bernhardt Förster, quien finalmente se había suicidado. Elisabeth tomo a su cargo a su hermano, ocupándose de sus escritos, a cuyo efecto prescindió completamente de Overbeck, si bien aceptó la colaboración de Gast. 

Tras el fallecimiento de la madre, Franziska, en 1897, Nietzsche fue llevado a Weimar, donde vivió al cuidado de Elisabeth, que permitió que fuera visitado, aunque él se mostraba poco o nada comunicativo.

El 25 de agosto de 1900, fallecía Friedrich Nietzsche. Fue inhumado cerca de su padre en la iglesia de Röcken.

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La vida sin música sería un error. Nietzsche

Aparte de que a lo largo de su vida solía interpretar con frecuencia piezas para piano, de Beethoven, durante sus últimos meses, el único estímulo al que reaccionaba su mente apagada, era, precisamente, la música.

Antes de los veinte años, Nietzsche había compuesto varios Lieder.

Partitura del lieder sobre el poema de Puschkin, 



Beschwörung

  O wenn es wahr, daß in der Nacht,
   Wann alle ruhen, die da leben,
   Und wann die Mondesstrahlen sacht …
                        
Conjuro
  
 Oh, si es verdad que de noche,
   cuando descansan todos los que allí viven
   y cuando los rayos de luna con suavidad…

Otras composiciones de Nietzsche en interpretación actual, con textos y traducciones, en:


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SOBRE EL PATHOS DE LA VERDAD

Los más audaces caballeros de entre estos ávidos de gloria, que creen encontrar su blasón prendido a una constelación, hay que buscarlos entre los filósofos. Su quehacer no los destina a un «público», a la excitación de las masas y a la ruidosa aclamación de sus contemporáneos; andar el camino en solitario es lo propio de su esencia. Su talento es el más raro y, tomado de cierta manera, el más antinatural en la Naturaleza, además, incluso, de excluyente y hostil hacia los talentos de la misma especie. El muro de su autosuficiencia tiene que ser de diamante, si no ha de ser derribado y roto, pues todo está en movimiento contra él, hombre y Naturaleza. El viaje de éstos hacia la inmortalidad es más penoso y está más plagado de obstáculos que ningún otro, y, no obstante, nadie puede creer con mayor firmeza alcanzar su meta que precisamente el filósofo, porque no sabe en absoluto dónde debe estar si no es sobre las alas ampliamente desplegadas de todos los tiempos; pues el desdén de lo presente y de lo instantáneo reside en la índole de la consideración filosófica. El tiene la verdad; que la rueda del tiempo ruede hacia donde quiera, que nunca podrá escapar a la verdad.

EL ESTADO GRIEGO

Los modernos tenemos respecto de los griegos dos prejuicios que son como recursos de consolación de un mundo que ha nacido esclavo y, que por lo mismo, oye la palabra esclavo con angustia: me refiero a esas dos frases la dignidad del hombre y la dignidad del trabajo. Todo se conjura para perpetuar una vida de miseria, esta terrible necesidad nos fuerza a un trabajo aniquilador, que el hombre (o mejor dicho, el intelecto humano), seducido por la Voluntad, considera como algo sagrado. Pero para que el trabajo pudiera ostentar legítimamente este carácter sagrado, sería ante todo necesario que la vida misma, de cuyo sostenimiento es un penoso medio, tuviera alguna mayor dignidad y algún valor más que el que las religiones y las graves filosofías le atribuyen. ¿Y qué hemos de ver nosotros en la necesidad del trabajo de tantos millones de hombres, sino el instinto de conservar la existencia, el mismo instinto omnipotente por el cual algunas plantas raquíticas quieren afianzar sus raíces en un suelo de roca?

En esta horrible lucha por la existencia sólo sobrenadan aquellos individuos exaltados por la noble quimera de una cultura artística, que les preserva del pesimismo práctico, enemigo de la naturaleza como algo verdaderamente antinatural. 

CERTAMEN HOMÉRICO

Cuando se habla de humanidad se piensa en lo que separa y distingue al hombre de la naturaleza. Pero tal separación no existe en realidad: las propiedades naturales y las propiedades humanas son inseparables. El hombre, aun en sus más nobles y elevadas funciones, es siempre una parte de la naturaleza y ostenta el doble carácter siniestro de aquella. Sus cualidades terribles, consideradas generalmente como inhumanas, son quizás el más fecundo terreno en el que crecen todos aquellos impulsos, hechos y obras que componen lo que llamamos humanidad.

Así vemos que los griegos, los hombres más humanos de la antigüedad, presentan ciertos rasgos de crueldad, de fiereza destructiva; rasgos que se reflejan de una manera muy visible en el grotesco espejo de aumento de los helenos, en Alejandro el Grande, pero que a nosotros los modernos, que descansamos en el concepto muelle de humanidad, nos comunica una sensación de angustia cuando leemos su historia y conocemos su mitología. Cuando Alejandro hizo taladrar los pies de Batis, el valiente defensor de Gaza, y ató su cuerpo vivo a las ruedas de su carro para arrastrarlo entre las burlas de sus soldados, esta soberbia se nos aparece como una caricatura de Aquiles, que trató el cadáver de Héctor de una manera semejante; pero este mismo rasgo tiene para nosotros algo de ofensivo y cruel. Vemos aquí el fondo tenebroso del odio. Este mismo sentimiento nos invade ante el espectáculo del insaciable encarnizamiento de los partidos griegos, por ejemplo, ante la revolución de Corcira. Cuando el vencedor en una batalla de las ciudades establece, conforme al derecho de la guerra, la ciudadanía de los hombres y vende a las mujeres y a los niños como esclavos, comprendemos, en la sanción de este derecho, que el griego consideraba como una seria necesidad dejar correr toda la corriente de su odio; en ocasiones como éstas se desahogan sus pasiones comprimidas y entumecidas; el tigre se despierta en ellos y en sus ojos brilla una crueldad voluptuosa. ¿Por qué se complacían los escultores griegos en representar hasta el infinito cuerpos humanos en tensión, cuyos ojos rebosaban de odio o brillaban en la embriaguez del triunfo; heridos que se retuercen de dolor, moribundos exhalando el último gemido? ¿Por qué todo el pueblo griego se embriaga ante el cuadro de las batallas de la Ilíada? he temido muchas veces que nosotros no entendiéramos esto de una manera suficientemente griega, que nos estremeceríamos si alguna vez lo entendiéramos a la griega.
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