domingo, 11 de diciembre de 2016

La Infancia descubierta y VI • Museo del Prado • ANTONIO MARÍA ESQUIVEL



Raimundo Roberto y Fernando José, hijos de S.A.R. la infanta Josefa Fernanda de Borbón. Antonio María Esquivel y Suárez de Urbina. 
Óleo sobre lienzo, 145 x 103 cm.1855. Museo del Prado

Se trata una obra apenas conocida que se presenta ahora por primera vez al público tras su reciente adquisición.

Dentro de las ocho pinturas que integran la exposición, La Infancia Descubierta, en el Museo del Prado, esta es, sin duda, la que mejor representa la propuesta acerca de la reforma educativa que había planteado Rousseau años antes, tal como alcanzaba a ser comprendida; educación en libertad o al aire libre, sin demasiadas restricciones. Al parecer, el padre de los niños retratados, el escritor y periodista cubano José Güell y Renté, era un defensor de los nuevos métodos pedagógicos, que nunca llegaron a implantarse, y que englobaban otros conceptos genéricos acerca de la vida en la naturaleza, aquí artísticamente idealizada.

Así, podemos observar símbolos muy evidentes en esta pintura, como el hermoso perro al que Raimundo acaricia y que tiene grabado su nombre en la chapa del collar: LIBRE.


Al mismo tiempo, muestra un jilguero de los que su hermano Fernando, está poniendo en libertad.



En su libro Lágrimas del corazón Güel y Renté fiel a sus planteamientos acerca de aquella libertad ideal, dedicó a su hijo mayor un poema, del que forman parte las siguientes estrofas, con las que intentaba transmitirle el menosprecio hacia laureles y oropeles, así como el deseo de que nunca cayera en el servilismo, aunque el precio fuera la pobreza.


                                Porque vienes de reyes, ¡pobre niño!
                                Acuérdate que vale más que el oro,
                                Más que la adulación, como el cariño
                                de tu querida madre á quien adoro.
                                El placer de hacer bien; y la terneza
                                de un alma pura, humilde y generosa,
                                es aún más que la pompa y la grandeza
                                que se envuelve en la púrpura orgullosa.

                                La riqueza, el poder; son dos placeres
                                buenos para la sórdida codicia […]

                                No te importe vivir en la pobreza.
                                Si puedes aspirar al aire puro.
                                Y ver la luz del sol y la grandeza
                                De la noche que llena el cielo oscuro […] 

                                Y no adornes tu frente con laureles.
                                la luz del almo sol nunca te vea,
                                Ridículo, vestido de oropeles
                                Ni del poder llevando la librea.

Illustrated London News. Oct 20, 1860. José Güell y Renté

Esta pintura de Esquivel rompe con la línea representada por las otras siete obras que completan la muestra del Museo del Prado, las cuales, al margen de su extraordinaria calidad artística, se reducen, no obstante, a presentar a diversos niños sobre un fondo que intenta parecer silvestre, aunque sus ropas y complementos no pueden ser, en general, más representativos de la vida dentro de la sociedad urbana, y de la posición social de los retratados, en la cima de una escala, que no sólo se muestra, sino que se demuestra y realza en todos sus detalles.

Posiblemente, Esquivel y Güell y Renté, además de compartir la ideología liberal, fueron amigos, lo que explicaría la inclusión del segundo en la obra maestra del primero: Los Poetas contemporáneos, en la cual, curiosamente, ambos muestran más parecido entre sí, que con todos los demás componentes del grupo.


Esquivel y Güell en Los Poetas Contemporáneos

En todo caso, los niños que fueron modelo para la pintura de Esquivel, efectivamente, venían de reyes, pues eran hijos de S.A.R. la Infanta Josefa Fernanda de Borbón, a la que le fue retirado el título y los derechos dinásticos, precisamente por haberse casado con el periodista, José Güell y Renté.

Josefa Fernanda de Borbón y Borbón-Dos Sicilias Hacia 1860.  
Miniatura en marfil (41x32) de Juan Pérez Villamayor. Museo del Prado.
José Güell y Renté. Illustrated London News. Oct 20, 1860

Es tarea compleja describir el endogámico entramado que componía la familia real española en aquel momento, por lo que parece recomendable recurrir a un pequeño esquema, muy simplificado, que tal vez facilite la visualización de unos personajes, cuyos lazos familiares vienen a convertirse en un laberinto infranqueable, a fuerza de tíos casados con sobrinas y de primos, casados contínua y repetidamente entre sí. 

En el presente caso, la Infanta Josefina Fernanda de Borbón, constituyó la más precisa excepción que confirmaba la regla, cumplida en su propio nacimiento, al celebrar, a pesar de todas las imposiciones y amenazas, un matrimonio morganático.


Josefina Fernanda de Borbón, había nacido en Aranjuez, el 25 de mayo de 1827. A propuesta del General Narváez la reina Isabel II, le retiró la condición de Infanta de España, que le correspondía por nacimiento, cuando se hizo público su matrimonio morganático, celebrado en secreto, el 4 de junio de 1848, con el citado escritor cubano José Güell y Renté. Fue hija, como sabemos, del también Infante de España Francisco de Paula, hijo menor del monarca Carlos IV, y de Luisa Carlota de Borbón–Dos Sicilias, nieta asimismo, de Carlos IV.

Su prima y cuñada, la reina Isabel II le retiró, pues, sus títulos y derechos, procediendo a desterrarla por Real Decreto, publicado 24 días después de la boda, por lo que hubo de fijar su residencia en Francia durante casi siete años, hasta que la reina decidió perdonarla, quedando rehabilitada por otro Real Decreto, el 4 de febrero de 1855.

Al parecer, su padre, Francisco de Paula –el pequeño que aparece de la mano de su madre en el retrato de la familia de Carlos IV, pintado por Goya–, estaba al corriente de la relación y facilitó el matrimonio y los planes de fuga de la pareja.

El infante Francisco de Paula, obra de Goya y el mismo, de Vicente López Portaña

Recordemos que su salida del Palacio Real, el 2 de mayo de 1808 había sido utilizada como detonante de la reacción popular, producida aquel día en Madrid.

Una vez que Josefina y su marido pudieron regresar, en 1855, se instalaron en Valladolid. La Infanta, fiel a sus aficiones, no dudó en presentar sus pinturas en el Liceo artístico y Literario de Madrid, además de componer un vals que dedicó a la reina Cristina, su tía, la madre de Isabel II.

Josefina Fernanda, -Pepita- retrato de Esquivel, 1856

Su hermano, Francisco de Asís, se casó con la reina Isabel II.

Federico Madrazo: Francisco de Asís, hermano de Pepita, marido de la reina Isabel II

Al parecer, Francisco de Asís fue obligado a casarse con la heredera Isabel II, a pesar del reiterado parentesco entre ellos, ya que los padres de ambos, Francisco de Paula y Fernando VII, eran hermanos, al igual que eran hermanas sus respectivas madres, Luisa Carlota y María Cristina de Borbón– Dos Sicilias, que también eran sobrinas de sus maridos, siendo, asimismo, la madre de las dos mujeres, Isabel de Borbón, hermana del padre de Isabel II, y del padre de Francisco de Asís. Es decir, que era madre de las madres y hermana de los padres de ambos. Aun así, tuvieron doce hijos, entre ellos, el que heredaría el trono.

Tras la revolución del 68, conocida como La Gloriosa, Isabel II, que vivía en el exilio, en Francia, abdicó finalmente, en junio de 1870, en favor de su hijo, Alfonso XII, aunque antes pasaría por el trono el monarca electo, Amadeo de Saboya, hijo de Víctor Manuel II de Italia y de María Adelaida de Austria, también descendiente de Carlos III.
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Antonio María de Esquivel y Suárez de Urbina, 1806-1857

Esquivel, Autorretrato, 1824. MNAC

La biografía de un creador tan prolífico como Esquivel, se puede seguir en buena parte, a través de su obra, especialmente, de sus autorretratos. Nombre y pintura sobre los cuales brilla, por encima del tiempo, un halo de poderosa simpatía – como escribió el pintor, investigador y crítico, Bernardino de Pantorba, a quien seguimos en la presente reseña-.

Paisaje de Bernardino de Pantorba

Los retratos, que forman el grupo más numeroso de la producción de este maestro sevillano, son, sin duda, lo mejor de ella, aquello en que la vocación del artista se manifestó con mayor firmeza, donde lució con la máxima eficacia su lenguaje pictórico. Y eso que no era el retrato, según autoconfesión, lo que Esquivel prefería; lo hacía por estricta necesidad material, antes que por atracción y goce; por no hallar personas que le pagasen otra clase de pintura. 

-Mil veces le hemos oído decir que por su gusto no haría un solo retrato; sin embargo, tiene su casa siempre llena de ellos; y si no se decidiera a hacerlos, es muy probable que viviese en la indigencia.- Declaró su amigo y discípulo, Luis Villanueva.

Esquivel nació en Sevilla, el 8 de marzo de 1806. Hijo de Lucrecia Suárez de Urbina y del capitán de Caballería Francisco Esquivel, que murió en la batalla de Bailén—19 de julio de 1808—, quedando la viuda y el huérfano sin recursos.

Dado que Murillo inspiraba toda la pintura sevillana de principios del siglo XIX, Esquivel también recibió su influencia, como se advierte, especialmente, en casi todos sus cuadros religiosos. 

Un dorador de molduras llamado Juan de Ojeda, fue su primer maestro y en su taller pasó muchas horas al día, practicando el dibujo y la copia de cuadros. Más tarde, vivió en casa de Francisco de Oviedo, que le costeó la manutención y le proporcionó los compradores de sus primeros cuadros juveniles.

Antes de 1821—Esquivel, sin dejar del todo los pinceles, se alistó en la Milicia Nacional, a las órdenes del liberal Manuel Cortina, a cuyas órdenes combatió en Cádiz, en 1823, contra los franceses del duque de Angulema.

Los países europeos que formaban la Santa Alianza habían declarado, el 12 de mayo de 1821 que "los cambios en la legislación de los Estados no deben emanar sino de aquellos a quienes Dios ha hecho responsables del poder”, y en virtud de esta abominable y absurda doctrina, Francia, que en 1808 nos trajo el programa de la Revolución en la espada de Bonaparte, en 1822 nos envió los «cien mil hijos de San Luis», para restablecer el antiguo régimen.

Anduvo también por entonces, peleando a favor de las ideas liberales de España, el pintor gallego Genaro Pérez Villaamil, que en tales andanzas resultó herido y prisionero de los franceses. 

Desde Cádiz, ya terminado el memorable Sitio, Esquivel volvió a su ciudad natal, donde reanudó intensamente sus actividades artísticas, no tardando en conquistar cierto prestigio, "a fuerza de vigilias y tareas".

Contrajo matrimonio, en Sevilla, el año 1827, con doña Antonia Rivas—, y el sostenimiento de su hogar le obligó a pintar cuadros, si no de pacotilla, poco menos, los cuales vendía fácilmente a los chalanes de la ciudad y a algunos particulares. 

Retrato de la señora de Esquivel con su hija. (Prop. de los señores de Fry, Madrid.)

Antonio María Esquivel y sus hijos Carlos y Vicente. 1843. Museo del Romanticismo

Retrato de su hija. BBAA San Fernando

En 1831, consiguió Esquivel realizar el viaje a Madrid, con el cual buscaba porvenir más claro para su arte y medios más holgados para su casa. Otro pintor sevillano, José Gutiérrez (que unos autores identifican con José Gutiérrez de la Vega, y otros no), acompañó a Esquivel en dicho viaje, y es de suponer que viviera un tiempo con él en la corte, donde nuestro artista no tardó en poner casa, instalándose en ella con su mujer y sus hijos. Esta primera estancia madrileña de Esquivel comprendió unos siete años, desde 1831 hasta 1838, año en que regresó a Sevilla.

Durante aquellos años pasados en Madrid Esquivel pintó mucho y con algunas de sus mejores obras concurrió a certámenes diversos, obteniendo su primer éxito en el verano de 1832; habiéndose presentado al concurso general de premios organizado, en ese año, por la Academia de Bellas Artes de San Fernando, recibió, por sus ejercicios, el nombramiento de académico de mérito, igual título recibía, al mismo tiempo, José Gutiérrez de la Vega.

En 1833 moría Fernando VII y el Romanticismo arrasó en los terrenos literario y artístico. Las obras de Esquivel empezaron a aparecer en diversas exposiciones. El Liceo, verdadero hogar del romanticismo madrileño, se fundó a fines de marzo de 1837 por un reducido grupo de escritores y artistas con Fernández de la Vega, y en el cual, además de Esquivel, figuraban, entre otros, los pintores, Pérez Villaamil, Camarón, Gutiérrez de la Vega y Elbo. Esquivel, que pintaba con extraordinaria facilidad, de lo que hacía gala frecuentemente, llegó a ejecutar en El Liceo, un excelente retrato en menos de dos horas. 

Esquivel, fue nombrado vocal de la sección de Pintura del Liceo y profesor, con don Juan Drumen, de sus clases de anatomía pictórica.

Componía de memoria cuadritos de historia y de género—leemos—, con una facilidad y rapidez, que sólo Pérez Villaamil podía superar. A lo mismo hacía referencia, en 1838, el periodista y político González Bravo: La facilidad prodigiosa de Esquivel es poco menos que proverbial en Madrid.

En octubre de 1838, de nuevo en Sevilla, en la exposición hecha allí en febrero de 1839 presentó el retrato de su madre, que fue elogiadísimo.

A mediados de 1839, a causa de un humor herpético, el artista quedó ciego. La noticia de su ceguera, se extendió velozmente por todos los medios artísticos españoles y produjo en todos doloroso estupor. Se vio entonces cómo muchos amigos y compañeros del desventurado acudían, solícitos, en su socorro.

A propuesta de Pérez Villaamil, el Liceo de Madrid abrió, el 17 de noviembre del citado año, una suscripción pública para auxiliar al necesitado, la cual, ya en diciembre, alcanzaba una recaudación considerable. Para aumentarla, se acudió al recurso de la función teatral benéfica, el 8 de abril de 1840, con nutrida concurrencia. Formaban el programa la comedia de Bretón de los Herreros, Pruebas de amor conyugal, un recital de música y uno de versos, en el que tomaron parte Espronceda, Zorrilla, Hartzenbusch, Campoamor y Romero Larrañaga, y el sorteo de los cuadros que habían cedido algunos pintores. Descontados los gastos, que ascendieron a cerca de 6.000 reales, produjo el beneficio un líquido de 20.846, cantidad que se remitió rápidamente a Sevilla. También en Sevilla, en Granada y en Zaragoza se abrieron suscripciones y se organizaron actos con el mismo objeto. 

Esquivel, que, en días de desolada amargura, perdida toda esperanza de recobrar su vista, había intentado por dos veces suicidarse, arrojándose al Guadalquivir, pudo así, merced a la generosidad de sus buenos amigos y compañeros, cubrir las necesidades que su desgracia le había creado. 

Le aconsejaron muchos, según consta, que se fuera al extranjero (Francia, Alemania), en busca de oculistas eminentes; que pudieran devolverle la visión. Léase lo que, a principios de marzo de 1840, publicaba un periódico sevillano: Desearíamos que el señor Esquivel, venciendo esa repugnancia que parece mostrar al viaje a Francia, que le han aconsejado para su total curación, lo verificase cuanto antes; acaso en aquel país, o en otros más remotos, encuentre un nuevo "Alvinus" que le restituya la casi perdida vista, y con ella el más grande placer a sus numerosos amigos. 

No está demostrado, pese a ciertas afirmaciones, que Esquivel realizara aquel aconsejado viaje. Don Luis Villanueva, autoridad en este asunto, dice que al pintor le devolvieron la vista unas enérgicas y peligrosas fumigaciones que le suministró en Sevilla su amigo el comerciante —no médico— don Santos Alonso. He aquí, compendiadas, las palabras de Villanueva, que se publicaron en 1844, viviendo aún Esquivel: 

-Desesperado de su angustiosa situación, cansado de la inutilidad de los remedios que con él habían empleado, se decidió por fin a aplicarse uno terrible y expuesto que le suministró su amigo D. Santos Alonso, del comercio de Sevilla, consistía en unas fuertes fumigaciones que había de aspirar por espacio lo menos de quince días y que, como le advirtió e mismo que le suministró el medicamento, no todos podían sufrirlas. La fuerte naturaleza de Esquivel y el cuidado con que se le administraron las fumigaciones hicieron que éstas diesen buenos resultados; con efecto, a los siete días ya sus ojos percibían la benéfica influencia de los rayos del sol; siguió tomando las fumigaciones, y a los quince escasos ya se hallaba casi completamente bueno, aunque sentía la vista sumamente irritada... pero esto fue desapareciendo y corrigiéndose por el tiempo, y los baños que tomó por espacio de algunos años; no ha sido completa su curación, si bien la debilidad de su vista no le impide trabajar constantemente, y quizá más de lo que su salud le permite.

En junio del 40, ya totalmente restablecido, quiso el maestro agradecer, de modo ostensible, cuanto en beneficio suyo había hecho el Liceo Artístico y Literario de Madrid, y con tal objeto pintó un lienzo de gran tamaño, sobre el tema de La caída de Luzbel, y lo regaló al citado Centro, según se afirma, que desdeñando crecidas cantidades que ya le habían ofrecido por él. 


El Liceo lo expuso en su escenario, el 25 de abril de 1841, en acto solemne, en el cual su secretario, la carta que, con el cuadro, había remitido el artista.

No como equivalente de una cosa que por su consideración y oportunidad no tiene precio, sino como muestra de la profunda gratitud que excitó en mí el generoso desprendimiento del Liceo de Madrid, en la época de mi desgracia, tengo la honra de ofrecerle la primera obra que emprendí después de mi restablecimiento. Si la mano obedeciera ciegamente al corazón, y el entendimiento a la voluntad, sería una obra maestra; pero, ya que a mi débil talento no sea dado producirla digna del objeto a que la consagro, supla la benevolencia del Liceo lo que a ella falta, y recíbala como sincera expresión de los sentimientos que hacia él me animan. 

Autorretrato, 1846. Museo del Romanticismo, Madrid

De nuevo en Madrid, Esquivel pasó ya aquí el resto de su vida: dieciséis años, de marzo de 1841 a abril de 1857; durante los cuales trabajó incesantemente, exponiendo con frecuencia sus cuadros, desempeñando cargos, ejerciendo la enseñanza y escribiendo. Famoso su nombre y multiplicados sus amigos, numerosas personas de viso social y relieve intelectual en la corte posaron ante su caballete. 

Trató Esquivel a muchos escritores y políticos, con los cuales convivía en el Liceo, en el Ateneo, en el Parnasillo, en teatros, cafés y salones. Asistía a fiestas y tertulias, donde siempre ponía la nota de su cordialidad y su buen gusto. Cierto que ni la excelencia de su arte, ni la limpieza de su conducta, ni la simpatía que despertaba su carácter, le libraron, en el campo de la crítica, de censuras inmerecidas. No pocas veces su pintura fue juzgada con evidente mala intención.

Conviene, a este respecto, recordar que el sevillano no sostenía relaciones muy amistosas con Federico de Madrazo, el retratista español más celebrado de su época, y sabido es que la familia Madrazo—el "clan Madrazo", como se le ha denominado muy bien—ejercía en Madrid una verdadera dictadura artística, con todos los resortes de mala o peor ley de que las dictaduras se valen para perjudicar a sus adversarios. 

El año 1842, en uno de los ataques periodísticos que los madracistas dirigieron insidiosamente —y encubiertamente— a Esquivel, el zaherido tomó su propia defensa; molesto en su orgullo, contestó, también públicamente (en el mismo periódico, El Corresponsal, donde se le había atacado), con estas rotundas palabras: 

Esquivel es demasiado artista para no dejar el cuidado de su reputación al público. Esquivel no tiene tanto amor propio, que se crea exento de defectos; pero cuenta con el suficiente para despreciar las críticas oscuras, anónimas y de pandilla. Esquivel jamás creerá lícito formarse reputación a costa de la de los demás artistas, ni buscará ridículos pretextos para ensalzarse y deprimir a los demás. Respeta el talento donde quiera que lo encuentra, y no cree que el prestigio de nadie perjudique al que con estudio, aplicación y trabajo, procura conquistarse el suyo. 

En 1843 -el 19 de diciembre-, Esquivel fue nombrado pintor de cámara; honor que él había pedido. En 1846 se llevó a cabo la Lectura de Zorrilla en el estudio del pintor, y ya durante la última etapa de su existencia en Madrid, concurrió a las Exposiciones de la Academia de San Fernando, a las del Liceo y al primer Certamen Nacional de Bellas Artes celebrado en 1856.

Autorretrato de 1847. Lázaro Galdiano

En 1847, fue académico de número de la Real de San Fernando. En este mismo año publicó en El Artista  sus artículos sobre José Elbo y Francisco de Herrera "el Viejo" y en 1848, su libro Tratado de Anatomía pictórica.

Desaparecido el Liceo en 1851, Esquivel se adhirió a la iniciativa de fundar una Sociedad Protectora de las Bellas Artes, cuya presidencia honoraria pusieron los fundadores en manos de Isabel II. El banquero don José de Salamanca, como presidente, y Esquivel, cómo director facultativo, se dispusieron a trabajar por la prosperidad de ese organismo. 

Autorretrato, 1856. BBAA Sevilla

Pero el pintor, desgraciadamente, no pudo sino iniciar la línea de sus tareas, ya que falleció a las ocho de la noche del 9 de abril de 1857.

Recuerda la prensa de la época, que en el momento de su entierro el también pintor Manuel Sánchez Ramos, siguiendo la costumbre romántica, improvisó el siguiente soneto:

            La luz del genio iluminó tu frente;
            Pintor naciste, y cuanto grande encierra
            de sublime poesía el cielo y tierra,
            asunto fue para inspirar tu mente.

            Tus lienzos pasarán de gente en gente,
            porque el soplo de Dios allí se encierra,
            ora pintes azares de la guerra,
            ora episodios que el cristiano siente.

            Con fe y sin porvenir pobre pintabas
            y emulaste las glorias de Murillo,
            dando a tus tintas transparencia y brillo.

            El cuadro de Luzbel ciego soñabas,
            y del arte la fe te dio la vista,
            eterno haciendo el nombre del artista.
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Autorretrato, 1856, Prado

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Quienes le conocieron nos dan de Esquivel la siguiente estampa: Un hombre alto, de agradable porte y maneras afables; en su rostro moreno de andaluz, un poco pálido, brillaban sus ojos negros; el grueso bigote y la perilla, como el cabello, abundante y muy oscuro, los llevaba siempre pulcramente cuidados; vestía con elegante sencillez; gustaba de la música y la Literatura; escribía bien, y era, en su conversación, tan locuaz como ameno, tan chistoso como culto. Aficionado a la esgrima, manejaba el florete con suma destreza. Cuantos le trataron coincidieron en señalar, por encima de todo, la bondad ingénita de su carácter.

"Su taller —escribía en 1842 un cronista— es de los más sencillos, reduciéndose todo su adorno a algunos bocetos, varias copias de Murillo y de Velázquez, una cajetilla de cigarros y tres sillas para los amigos". Algo más tenía el taller, espacioso y no desprovisto de una discreta elegancia, a juzgar por el cuadro "de los poetas" —el más conocido, hoy, de cuantos pintó Esquivel—, que se conserva en nuestro Museo de Arte Moderno

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De su matrimonio tuvo Esquivel tres hijos; dos niños y una niña. 

Carlos María, Sevilla, 1830 – Madrid, 1867, fue becado para ampliar sus estudios en París, lo que hizo bajo la dirección de León Cogniet. Más tarde, en 1858 y 1859, en Roma, fue muy amigo de Rosales. En 1857 sustituía a su padre en la clase de anatomía pictórica. Ya establecidos los Certámenes Nacionales de Bellas Artes, figuró en los cinco primeros: con seis obras, en el de 1856 –al que, como hemos visto, concurrió también su padre–, y con una en cada uno de los siguientes. En todos se le premió. Su cuadro de historia Prisión de Guatimocín obtuvo premio de segunda clase en la Exposición del 56; el titulado Últimos momentos de Felipe II, una tercera medalla, en la de 1858; otra medalla de igual categoría, en la Exposición siguiente, el titulado El asistente de un oficial muerto en la guerra de África.

Su Visita de San Francisco de Borja a Carlos V, obtuvo una mención honorífica especial, en el Certamen de 1862.

De Vicente Esquivel, menos conocido que su hermano, es muy poco lo que se sabe. Ganó en diciembre de 1867, por oposición, la plaza de profesor de dibujo que se hallaba vacante en la Escuela de Bellas Artes de Cádiz; de esta Escuela, en agosto del 68, pasó, por ascenso, a la de Sevilla, y más tarde se instaló en Madrid, destinado a la enseñanza de artesanos en el Conservatorio de Artes. 
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Esquivel firmaba sus obras casi siempre, y con harta frecuencia las fechaba, anteponiendo al año la abreviatura del fecit: ft. 

GALERÍA

En cuanto a su obra artística, la repartimos en tres bloques: de los cuales, el primero estará formado por sus primeras pinturas de temática religiosa; el segundo, por retratos infantiles y el tercero, se compondrá de sus dos grupos de retratos, con especialísima mención de Los Poetas.

Obras de carácter religioso

En el Museo de BBAA de Sevilla. se encuentran muchas de las obras de esta etapa.

Adán y Eva tras ser expulsados del Paraíso – Arcángel san Gabriel

 José y la mujer de Putifar – Casta Susana
  
Santas Justa y Rufina y Anunciación

 María Magdalena – Ánimas del Purgatorio

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RETRATOS DE NIÑOS
  

Manuel Flores Calderón. Museo del Prado.
Niña apoyada en un jarrón. Museo de Bellas Artes de Sevilla.

Niños en un jardín, Museo del Romanticismo de Madrid. 
La niña Concepción Solá Garrido con su perrito, Museo del Romanticismo de Madrid.

Niña con aro de cascabeles. Museo del Romanticismo de Madrid.
Retrato de niña de azul con rosas en la mano, Museo del Prado.


RETRATOS DE GRUPO

Una lectura de Zorrilla en el estudio de Esquivel. 1,44 x 2,17. Firmado: A. M. Esquivel ft. 1846

En esta famosa composición aparece el poeta Zorrilla leyendo unos versos en el estudio de Esquivel, ante una numerosa concurrencia de escritores. 

Desde hace tiempo están identificados los 44 personajes que lo componen, aunque la reunión fuera del todo ficticia, cuyo detalle y descripción. en breve conformarán una nueva entrada en este Diario.

En sendos cuadros aparecen también retratados el Duque de Rivas y Espronceda; éste, fallecido unos años antes. Los personajes mencionados, dotan de gran valor iconográfico y documental a este lienzo, ya que apenas falta en él, escritor eminente de los días en que se pintó. 

Añade Bernardino de Pantorba que, uno de los pocos ausentes, el satírico Martínez Villergas, compuso una poesía burlesca titulada Cuadro de pandilla, zahiriendo a los retratados –de forma que nos recuerda otras viejas disputas entre grandes escritores–:

            …turba multa acostumbrada—
            con la intriga a medrar, gente en conjunto—
            que vale, fuera de los nueve, nada... 
            Vates de mucha paja y poco grano—
            que el que más ha compuesto tres cuartetas—
            y el que menos ignora el castellano. 

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Ventura de la Vega leyendo una obra en el Teatro del Príncipe
1,46 x 2,08. Cuadro inconcluso; sin firma

Se cree pintado poco antes de 1846, fecha del cuadro hermano que acabamos de ver. Acaso la lectura se refiera a la de la mejor comedia de Ventura de la Vega, El hombre de mundo, estrenada en 1845, por Julián Romea y Matilde Diez, los cuales aparecen en el lienzo sentados frente al autor. 

Figuró este cuadro, en 1902, en la Exposición Nacional de Retratos. Se exhibe, desde hace unos años, en el Museo Romántico, como depósito del Prado. 

La arquitectura interior –de acuerdo con la web del Museo del prado–, aparece descrita con detalle, con la distribución de la platea y los espacios en torno al palco real, oculto tras la cortina, y los dos palcos laterales reservados para las autoridades.

La reunión tiene lugar en el propio escenario del teatro, en cuyos laterales vemos las tramoyas de los distintos decorados y las figuras que se distribuyen ordenadamente en tres filas en torno a Ventura de la Vega. 

Sentado, lee el escritor unas cuartillas a todos los actores que, en la mayoría de los casos, aparecen distraídos o ajenos al acontecimiento trascendental que les reunía: la lectura del proyecto de creación de un Teatro Nacional con compañía propia.

Como retrato colectivo de los principales actores del Madrid isabelino, la web del Museo del Prado ofrece un relación con los nombres de casi la mitad de los asistentes.
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