sábado, 29 de octubre de 2016

HISTORIA DE ROMA II • Numa Pompilio



Reyes de Roma

753–717 a.C. Rómulo
716–674 a.C. Numa Pompilio 
674-642 a. C. Tulio Hostilio
642-617 a. C. Anco Marcio
617-579 a. C. Lucio Tarquinio Prisco
579-535 a. C. Servio Tulio
535-509 a. C. Lucio Tarquinio el Soberbio

Imagen convencional de los siete reyes de Roma

Antes de volver al relato de la Historia de la primera época de Roma, es necesario insistir en el hecho de que la investigación no ha admitido, sino como leyenda, la existencia y gobierno de los cuatro primeros reyes –desde Rómulo, hasta Anco Marcio–, cuya biografías, rodeadas de aspectos que podríamos calificar de mágicos, más que de míticos, no se sostienen en el terreno histórico, como el episodio de los gemelos abandonados, el truculento ascenso de Rómulo al Olimpo, o las bucólicas charlas de Numa con la Ninfa Egeria. De hecho, la documentación acredita que lo único que, en realidad, sabemos de este último rey, es su nombre.

En cuanto a los tres últimos titulares de la Monarquía, los llamados Tarquinos, se pone en duda, si no su existencia, sí la convención de su papel como reyes propiamente dichos, ya que estaríamos hablando, más bien, de tres tiranos, en el sentido griego del término τύραννος, que no se refiere al ejercicio del poder de forma tiránica, tal como ha evolucionado posteriormente, al igual que déspota, pero que tampoco define a un monarca; se trataría, más bien, de un gobernante, o de un Señor, al que, en todo caso, no se atribuía un poder absoluto.

Conviene, pues, recordar que muchos de los términos que nos vemos obligados a emplear, no se consolidaron sino después de la Caída del Imperio Romano de Occidente, de modo que, hasta entonces, en la mayoría de los casos, tienen un significado muy diferente del que tienen en la actualidad. Entre otras cosas, porque, durante la etapa que tratamos ahora –siglos VIII a VI aC., aproximadamente–, y a la que denominamos Monarquía, los personajes a los que llamamos reyes, eran elegidos, aunque dentro de un grupo muy restringido, cuyo mérito solía deberse –exceptuando a Numa Pompilio–, a la magnitud de sus victorias militares.

La deposición del último rey, Tarquinio el Soberbio, dará entrada a un nuevo estilo de gobierno, al que, casi con la misma impropiedad, se suele denominar República, aunque sólo fuera accesible a la aristocracia patricia, a la que seguiría en breve, el ascenso de la nobleza.

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Curiosamente, el período coincide –siempre que su datación sea correcta–, con los mandatos sucesivos de dos gobernantes griegos, con los que hay claras similitudes; el Tirano Pisístrato y el reformador democrático, Clístenes.


Pisístrato, c. 607-527 a. C., en el 561 o 560 a. C. inventó un falso atentado contra su persona para justificar el acompañamiento de una escolta armada, que empleó para apoderarse de la Acrópolis y auto designarse Tirano, aunque fue relativamente moderado.

Clístenes, 570 aC.-507 aC., sentó las bases de un nuevo estado basado en la isonomía, es decir, la igualdad de los ciudadanos ante la ley e instituyó también el ostracismo –un protocolo para el destierro por votación–, cuya finalidad era evitar la vuelta de la tiranía. 
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Por último, la Guerras Civiles darán paso a la fórmula imperial, unipersonal y vitalicia –aunque las vidas de los Emperadores se acortaban con increíble facilidad–, hasta la estrepitosa caída del Imperio Romano de Occidente, el año 476, si bien el de Oriente, o Bizantino, se mantuvo hasta la ocupación de su capital, Constantinopla, en 1453, por Mehmed II.

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Numa Pompilio, 716-674, el segundo Rey de Roma

Numa Pompilio, Chronique Cockerell - Atribuido a Barthélemy d’Eyck, 
1444–1469 Metropolitan Museum of Art. NY, fragmento

El relato de Plutarco

Hay sobre Numa una fuerte disputa en cuanto al tiempo en que vivió; los registros antiguos perecieron en las ruinas que con la invasión de los Galos experimentó la ciudad, y los que ahora corren, fueron hechos contra la verdad e inventados por hombres que quisieron adular a los que, sin corresponderles los orígenes, quisieron por fuerza colocarse entre las primeras familias y en las casas más ilustres.

Se ha dicho que Numa fue amigo y familiar de Pitágoras; aunque algunos no creen que participara de la ilustración griega, sino que fue capaz de formarse a sí mismo por su propia naturaleza. En todo caso, Numa era de origen Sabino, y los Sabinos pretenden ser una colonia de Esparta.

Una nueva turbación removió los ánimos con motivo de la elección del futuro rey. Estaba el pueblo inquieto, y los patricios desconfiaban unos de otros; altercaban y estaban divididos, no sólo en cuanto a la persona, sino también en cuanto al pueblo de donde debía proceder este caudillo; porque de entre aquellos que con Rómulo fundaron la ciudad, no les parecía tolerable a los Sabinos, pues decían que cuando murió Tacio, su rey, no se habían rebelado contra Rómulo, sino que le habían dejado reinar solo; razón por la que parecía que les tocaba esta vez, que se tomase un caudillo de entre ellos.

Pero dispusieron los patricios que, siendo ellos ciento cincuenta, tomara cada uno separadamente las insignias reales, y despachara seis horas de la noche por Tacio, y seis del día por Quirino; pareciendo que esta distribución así hecha con respecto a uno y otro, tenía una completa igualdad para los que mandaban y quitaría al pueblo todo motivo de rencilla, al ver que una misma persona, en el mismo día, y en la misma noche pasaba de rey a particular; y a este modo de gobernarse le llamaron los romanos interregno. Aunque no por esto, algunos no dejaron de caer en sospechas y nuevos disturbios porque decían que los patricios retenían la autoridad entre ellos, como si se tratara de un juego, porque no querían un rey que les mandase.

Acordaron, pues, entre sí los dos partidos que cada uno eligiese rey del otro, y conferenciando, eligieron de los Sabinos a Numa Pompilio, que aunque no era de los que se habían trasladado a Roma, era tan notoria a todos su virtud, que apenas se oyó su nombre, con más gusto le recibieron los Sabinos que los mismos que le habían elegido. Finalmente se enviaron mensajeros al elegido de común acuerdo, rogándole que viniese y se encargase del reino.

Había nacido Numa, por prodigiosa casualidad, el mismo día en que Rómulo fundó Roma. Era, por naturaleza, inclinado en sus costumbres a toda virtud, teniendo por cierto que la verdadera fortaleza consiste en limpiarse, por medio de la razón, de toda codicia.

Tacio, el colega de Rómulo en el reino, que tenía una hija llamada Tacia, la casó con Numa. Pero no se creció él con este casamiento, ni se fue a vivir al palacio del suegro, sino que permaneció entre los Sabinos para cuidar de su propio padre, ya anciano, prefiriendo también su mujer, Tacia, el sosiego al lado de su marido, como un particular, al honor y gloria de que gozaría en la Roma por su padre.

Andaba Numa, frecuentemente, solo por los bosques de los Dioses y por los prados sagrados, elevado por un casamiento divino con la Ninfa Egeria, que le amaba, y viviendo a su lado, vino a ser un hombre sumamente venturoso e instruido en las cosas divinas. 

La Ninfa Egeria dictando a Numa Pompilio las leyes de Roma. Fragmento
Ulpiano Checa y Sanz, Museo del Prado

Y no está fuera de razón, el hecho de que, si Dios es amante del hombre, y no de los caballos o de las aves, se complazca en distinguir con su trato, precisamente a hombres que sobresalgan en bondad. Ahora bien, la posibilidad de que haya también comunicación y amor de un dios con un cuerpo y una belleza humanos, esto es obra mayor el persuadirlo.

También es fama que Sófocles en vida disfrutó el favor de hospedar a Esculapio, de lo que todavía quedan algunas pruebas, y que a su muerte otro dios cuidó de que no careciese de sepultura. Si otros entienden otra cosa, ancho es -como dice Baquílides-, el camino: pues no debe mirarse como desacertada la otra opinión que corre acerca de Licurgo, Numa y otros, según la cual, teniendo estos varones insignes que manejar pueblos indóciles y que hacer grandes novedades en el gobierno, les pusieron por delante la creencia y nombre de un dios, para beneficio de aquellos mismos con quienes usaban de esta apariencia.

Hallábase Numa en el cuadragésimo año de su edad cuando llegaron los mensajeros de Roma brindándole el reino. Fueron breves sus discursos, creyendo que habría bastante con anunciar a Numa su buena dicha, pero se necesitaron muchas palabras y ruegos para persuadirle, y el inclinar a un hombre acostumbrado a vivir en paz y sosiego a que aceptase el mando de una ciudad que se podía decir había nacido acrecentándose con la guerra. 

Respondió Numa, hallándose presente su padre, del siguiente modo.

-Toda mudanza en el método de vida es peligrosa, y a quien nada le falta de lo necesario, ni nada de lo presente le da disgusto, sólo la ignorancia puede moverle y apartarle de aquellas cosas a que está hecho; las cuales, aun cuando nada más tengan para ser preferidas, en la seguridad a lo menos se aventajan mucho a las que están por ver, si es que esto puede decirse con respecto al reino, en vista de lo que ha sucedido con Rómulo, después de caer sobre él la sospecha de que armó asechanzas a su colega Tacio; y sobre vuestros iguales la de que le han quitado la vida. 

Y cuadra mal con el deber de reinar lo que, precisamente, se elogia en mi conducta, que es mucha tranquilidad; dar mi atención a discursos de pura teoría, y además, como consecuencia, este inoportuno amor de la paz; y de todas las artes no guerreras. 

Porque os ha dejado Rómulo muchas guerras, quizá involuntarias, para cuyo buen éxito se necesita de un rey fogoso y de florida edad; y en el pueblo, por la buena suerte que le ha seguido, se ha engendrado hábito y deseo de la guerra, sin que a nadie se le oculte su tendencia a dominar a los demás: se reirían, por tanto, del que sólo reverenciase a los Dioses, y enseñase a honrar la justicia, y detestar la guerra en una ciudad que más que rey, necesita de un general experto.

Con estas razones se excusó Numa de admitir el reino; pero los Romanos ponían el mayor empeño en convencerle, rogándole además, que no diese lugar a que cayesen en nuevas disensiones y en la guerra civil, puesto que no había otro ninguno en quien conviniesen los dos partidos. Retirados éstos, también su padre y Marcio, instando por su parte, le persuadían a que aceptase un don tan grande y que podía reputarse por divino.

-Si tú- decían- no necesitas riqueza por tu moderación, ni apeteces la gloria del mando y el poder, porque encuentras más gloria en la virtud, piensa que el reinar es un servicio y obsequio a Dios, que despierta y no deja permanecer ociosa en ti, tanta justicia: no rehúses, pues, ni rechaces una autoridad que puede ser para ti un campo de grandes y brillantes acciones, proporcionando a los Dioses un culto magnífico y a los hombres, la mejora de sus costumbres. ¿Y, quién sabe si también el pueblo vencedor mirará ya con hastío la guerra, y llenos de triunfos y de despojos, desearán por amor de la paz y de las buenas leyes, un jefe sosegado y amigo de la justicia? Y si están del todo enloquecidos con la guerra, ¿no será mejor dirigir a otra parte sus ímpetus?

Cuando Numa quedó convencido, hizo sacrificio a los Dioses, y se puso en camino hacia Roma. Salieron a recibirle el Senado y el pueblo, y todos le votaron. Después le llevaron las insignias reales, pero él mandó que se detuviesen, porque no se daría por satisfecho hasta recibir el reino también de manos de los Dioses. Congregó, pues, a los augures y a los sacerdotes y subió al Capitolio. Cuando llegó, se apoderó de toda la plaza y del inmenso gentío, un increíble silencio; estaban todos en gran expectación, y pendientes de lo que iba a suceder, hasta que, finalmente, las aves dieron agüeros faustos y volaron derechas.

Apenas asumió del mando, lo primero que hizo fue disolver el cuerpo de los trescientos lanceros que Rómulo había tenido siempre cerca de su persona, y a los que llamaba céleres que quiere decir rápidos.

Inmediatamente toma por su cuenta el manejo de la ciudad, a la manera que se trabaja el hierro, es decir, transformarla de dura y guerrera en suave y más justa. Pero juzgando que no era cosa ligera y de poco trabajo conducir y poner en orden de paz a un pueblo tan exaltado y alborotado, invocó el auxilio de los Dioses. Fue entonces cuando se originó la opinión de haber sido instruido y educado por Pitágoras, que le fue contemporáneo; porque fue gran refugio para ambos, para el uno en la filosofía, y para el otro en la política, su trato con los Dioses. 

Parece asimismo que domesticó un águila, a la que paraba con ciertas palabras y la hacía venir volando sobre su cabeza.

El secreto de Numa era el amor que le dispensaba una Diosa o Ninfa de los montes, y el trato arcano que con él tenía, como ya se ha dicho, y su continuo comercio con las Musas, porque la mayor parte de sus vaticinios los refirió a las Musas, y enseñó a los Romanos a venerar más especial y magníficamente a una Musa, a la que llamó Tácita, como silenciosa o muda; lo que parece proceder de quien conoce y tiene en estima la taciturnidad pitagórica.

Numa prohibió a los Romanos que imaginasen en Dios figura de hombre o de animal: así, al principio, no se vio entre ellos, ni en pintura, ni en estatua la imagen de Dios, sino que en los siguientes ciento setenta años tuvieron templos, y levantaron santuarios, mas no hicieron estatua o simulacro alguno: a Dios no se le pudo comprender por otro medio que con el entendimiento.

Se atribuye también a Numa el orden y creación de los sacerdotes, a los que llaman pontífices, y aun dicen que él mismo fue Pontífice máximo. Este nombre de pontífices, unos lo deducen del ministerio que prestan a los Dioses poderosos y dueños de todo; porque el poderoso en lengua romana es potens, pero la mayor parte, sin embargo, aprueba una etimología ridícula de este nombre, diciendo que significa hacedores de puentes.

El Pontífice Máximo era también rector de las vírgenes sagradas o Vestales; atribuyéndose a Numa la institución de estas vírgenes, y, en general, de todo lo relativo al cuidado y veneración del fuego inmortal de que son guardas, como en la Grecia, donde hay fuego inextinguible, en Delfos y en Atenas, si bien, algunos creen que hay allí otros misterios encerrados. 

Se les conceden allí a las Vestales grandes prerrogativas, entre ellas la de testar, viviendo todavía el padre, y hacer sus negocios sin necesidad de tutores. Las que son madres de tres hijos llevan lictores cuando salen a la calle, y si por casualidad se cruza con ellas uno que es llevado al suplicio, no se le quita la vida; pero es necesario que jure la virgen que el encuentro ha sido involuntario y fortuito.

Numa edificó también, el templo redondo de Vesta, donde se guarda el fuego sagrado, tratando de imitar, no la forma de la tierra, de la que opinan que ni es inmóvil, ni está en medio, sino puesta en equilibrio alrededor del fuego.

Denario de Lucio Pomponius Molo. Roma, 97 aC. En el anverso figura Apolo y en el reverso, Numa Pompilio ofreciendo un sacrificio. La familia Pomponia ´decía proceder de Pompo, hijo de Numa.

Aún creó Numa otros sacerdocios, los Feciales o conservadores de la paz, que con sus palabras disipaban las contiendas, no permitiendo que se recurriera a las armas hasta que se hubiese perdido toda esperanza de obtener justicia; porque los griegos explican también en nombre de la paz, el resolver sus disputas sin el uso de la fuerza, sino empleando solamente la persuasión. Los Feciales de los Romanos muchas veces se dirigían a los que cometían alguna violencia, exhortándolos a la reparación, no conviniendo, ni al soldado ni al rey tomar las armas, partiendo del principio de que la guerra debe ser justa. Así, pasa por cierto que aquella calamidad de la invasión de los Galos le vino a la ciudad por haberse traspasado estos ritos. 

En todas las demás exhortaciones o sentencias de Numa se notaba gran semejanza con las de los Pitagóricos:

–No remuevas el fuego con la espada.
–Cuando vas peregrinando no mires atrás.
–A los Dioses celestiales se ha de sacrificar en número impar, y en número par a los infernales
–Nada hay estable en las cosas humanas, y, por tanto, conviene que, como a Dios le parezca hacer y deshacer en nuestra vida, estemos nosotros contentos. 

Con estas disposiciones religiosas quedó la ciudad manejable y embobaba con el poder de Numa, que les hacía estar de acuerdo con las cosas más absurdas y que tenían visiblemente el aire de fábulas, no pensando ellos que pudiera haber nada de increíble en lo que él proponía. 

Pero lo más necio y absurdo de todo es lo que se refiere de su coloquio con Júpiter; porque se cuenta que el monte Aventino, que no era entonces todavía parte de la ciudad, ni estaba habitado, sino que tenía fuentes graciosas y bosques sombríos, concurrían dos Genios o Semidioses, Pico y Fauno. Se dice que Numa los sujetó echando vino y miel en una fuente donde solían beber; que después de sujetos mudaron diversas formas, y que cuando se convencieron de que estaban cautivos con prisión fuerte e inevitable, predijeron muchas cosas futuras, y enseñaron el modo de librarse de los rayos de Júpiter por medio de la expiación; del mismo modo que hasta hoy se practica, por medio de las cebollas y los cabellos.

Al parecer, se le apareció a Numa el mismo Júpiter; y le dijo que la expiación había de hacerse con cabezas.
-¿De cebollas?- Preguntó Numa.
-De hombres –replicó el dios.
-¿Con cabellos? -Volvió a preguntar Numa, repeliendo lo terrible del mandato.
-Con vivientes, – respondió el dios. Y se retiró ya aplacado.

Estas relaciones tan fabulosas, y aun puede decirse tan ridículas, manifiestan la disposición religiosa de aquellos hombres, engendrada en ellos por el hábito. Del mismo Numa se refiere haberse crecido tanto con su esperanza en las cosas divinas, que, avisándole en cierta ocasión que cargaban los enemigos, se echó a reír y dijo:

-Pues yo sacrifico.

Fue, según dicen, el primero que edificó un templo de la Fe con sacrificio incruento, discurriendo que el dios Término, que es el conservador de la paz y el testigo de la justicia, debe conservarse puro de toda muerte. 

Y como la mayor parte de la tierra, la había adquirido Rómulo por las armas, la repartió Numa a los ciudadanos más necesitados, quitando la pobreza como origen preciso de injusticia, e inclinó al pueblo hacia la agricultura, porque entre las profesiones de los hombres ninguna engendra tan poderoso y pronto amor a la paz como la vida del campo.

Entre los demás establecimientos suyos, es muy celebrada la distribución de la plebe por oficios; flautistas, orfebres, maestros de obras, tintoreros, zapateros, curtidores, latoneros, alfareros, y así las demás artes.

Entonces, también por primera vez se quitó de la ciudad el decirse y reputarse a sí mismos, Sabinos o Romanos; es decir, unos, ciudadanos de Tacio, y otros, de Rómulo; de manera que la nueva división vino a ser armonía y unión de todos para con todos. 

Se elogia también, entre sus disposiciones políticas, la corrección que hizo de la ley que concedía a los padres el derecho de vender a los hijos.

Puso asimismo mano en el arreglo del calendario, si no con gran inteligencia, tampoco con una absoluta ignorancia; porque en el reinado de Rómulo contaban los meses desordenadamente y sin regla alguna, no dando a unos ni veinte días, y a otros treinta y cinco, y aun muchos más, porque no teniendo conocimiento de la discrepancia que hay entre el sol y la luna, solamente atendían a que el año fuese de trescientos y sesenta días. 

Computando, pues, Numa que el resto de aquella discrepancia era de once días, por tener el año lunar trescientos cincuenta y cuatro, y el solar trescientos sesenta y cinco, doblando aquellos once días, aplicó un año sí y otro no al mes de Febrero este embolismo, que era de veintidós días.

Mudó también el orden de los meses, porque a Marzo, que antes era primero, lo hizo tercero, y primero a Enero, que era undécimo bajo Rómulo, y duodécimo y último, Febrero, que ahora tienen por segundo. Muchos son de opinión que estos meses de Enero y Febrero fueron añadidos por Numa, pues no se daban antes de él al año más que diez meses.

Un Fasti o Calendario Romano

Es una prueba de que los Romanos sólo hacían el año de diez meses y no de doce, el nombre mismo del mes último; porque aun hoy le llaman Diciembre, de décimo, aunque es el duodécimo. Al que era quinto le decían Quintil, al sexto Sextil, y así en adelante cada uno de los demás, pero luego, cuando añadieron Enero y Febrero, sucedió, con los meses mencionados, que el nombre de Quintil, que significa, el quinto, es, en la cuenta, el séptimo.

Al mes que llaman Mayo, es por Maya, y a Junio denominan así de la diosa Juno. Mas hay algunos que sostienen que estos toman su denominación de la edad más anciana y más joven; porque entre ellos los más ancianos se dicen mayo-res, y junio-res los más mozos. 

Siguen, Quintil, Sextil, Septiembre, Octubre, Noviembre y Diciembre; aunque después el quinto, por César, el que venció a Pompeyo, se llamó Julio; y el sexto se llamó Agosto del segundo Emperador, que tuvo el sobrenombre de Augusto

El primero, Januario, de Jano, y, a mí me parece que a Marzo, denominado así por Marte, dios de la guerra, lo quitó Numa del lugar primero, con la mira de dar siempre más estima a la parte administrativa o civil que a la militar.

Jano –Enero–, el dios de las puertas, los comienzos y los finales; mira al año que se va y al que llega. Museos Vaticanos

Tiene Roma un templo, con dos puertas, a las que llaman puertas de la guerra, porque es de ley que estén abiertas cuando hay guerra, y que se cierren hecha la paz: cosa difícil y pocas veces vista, habiendo tenido siempre el gobierno que atender a alguna guerra para contener a las naciones bárbaras que de todas partes le rodeaban. Mas bajo el reinado de Numa ni un día siquiera se vio abierto, sino que durante cuarenta y tres años, continuamente se mantuvo cerrado: ¡tan cumplidamente y de raíz arrancó las ocasiones de la guerra! 

Se cubrieron de orín lanzas y espadas; no se oyó el son de la guerrera trompa, ni de los ojos huyó el blando sueño; pues no se cuenta que hubiese habido ni guerra ni inquietud alguna sobre mudanza de gobierno en el reinado de Numa, ni tampoco enemistad alguna contra él, ni envidia ni asechanzas, ni sedición por codicia de reinar; de manera que, bien fuese miedo de un hombre sobre el que parece velaban los Dioses, o respeto a su virtud o fortuna particular, gobernada por algún genio que conservaba su vida libre y pura de todo mal, vino a ser ejemplo y argumento de aquella sentencia que mucho tiempo después se atrevió a pronunciar Platón acerca del gobierno: que no hay descanso para los hombres, ni cesación de sus males, si no sucede por una feliz casualidad que la autoridad regia se junte con una razón cultivada por la filosofía, para que haga que la virtud triunfe del vicio.

Acerca de sus hijos y de sus matrimonios hay diversidad de opiniones entre los historiadores; porque algunos dicen que sólo estuvo casado con Tacia, y fue padre de una sola hija llamada Pompilia; pero otros además de ésta le dan cuatro hijos: Pompón, Pino, Calpo y Mamerco.

Su muerte no fue repentina ni pronta, sino que, poco a poco, como escribió Pisón, le fueron consumiendo la vejez y una lenta enfermedad, muriendo en la edad de poco más de ochenta años, tras 43 de reinado en paz.

No pusieron el cadáver en hoguera por haberlo prohibido él mismo, según se dice, sino que se hicieron dos cajas de piedra, que se colocaron en el Janículo, de las cuales la una contenía el cuerpo, y la otra los libros sagrados que él mismo había escrito, y que a su muerte, mandó que se sepultasen con su cuerpo.

Ancias dice que de los libros puestos en la caja, doce eran de carácter sagrado, y otros doce de filosofía griega. Pasados unos cuatrocientos años, siendo cónsules Publio Cornelio y Marco Bebio, sobrevinieron grandes lluvias, y, abriéndose una sima, la corriente levantó las cajas; y quitadas las losas que las cubrían, la una se halló enteramente vacía, sin que tuviese parte ni resto alguno del cuerpo; pero, habiéndose hallado escritos en la otra, se dice que los leyó Petilio, entonces pretor, y que habiendo hecho entender al Senado con juramento que sería ilícito y sacrílego el que lo escrito se divulgase, se llevaron los libros al Comicio, y allí se quemaron.

El Senado mandó quemarlos, por no considerarlos propios para ser divulgados entre la ciudadanía. Por su parte, Dionisio de Halicarnaso, asegura que los pontifex los ocultaron en algún lugar secreto.

Numa consultaba con la Ninfa asuntos de Estado y de religión.
F. J. Gould, Plutarco para niños, 1910, portada.

Explica Tito Livio que, cuando unos campesinos cavaban al pie de Janículo, hallaron los dos sarcófagos de piedra con inscripciones en griego y latín, según las cuales, Numa Pompilio estaba allí enterrado junto con sus libros; que una vez abiertos, resultó que el del cuerpo estaba vacío, pero que el otro contenía catorce libros; siete pontificales y siete de filosofía griega.

Según el mismo autor, el pretor los leyó y, considerándolos peligrosos, posiblemente a causa de la contumaz preferencia de Numa Pompilio, por la paz y el progreso, que tanto contrariaba la tradición, pensó que debían ser quemados. El caso llegó al Senado, que, corroboró la opinión del Pretor, y así, sentenció que se quemaran cuanto antes, como, al parecer, se hizo.

La gloria de Numa aun tuvo otra cosa que la hizo más brillante por comparación, y fue por la diferente suerte que cupo a los reyes que le sucedieron, porque de los que hubo después de él, el último, arrojado del imperio y acabó sus días en un destierro, y de los otros tres, ninguno murió de muerte natural, sino que todos acabaron muertos a traición. 

En cuanto a Tulo Hostilio, que reinó inmediatamente después de Numa, y que había escarnecido y desacreditado las más loables instituciones, y más especialmente las relativas a la piedad, como propias de holgazanes y de mujeres, inclinó a sus ciudadanos a la guerra; pero no pudo perseverar en esta su osadía, sino que, habiéndosele trastornado el juicio de resulta de una grave y complicada enfermedad, se entregó a una superstición muy poco conforme con la religión de Numa; contagio que en mayor grado todavía hizo contraer a los demás, por lo que murió, según se dice, fulminado por un rayo –como detallaremos más adelante, en su semblanza.
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