lunes, 8 de diciembre de 2014

Sebastián de Portugal - El Desenlace


Monasterio de Guadalupe. Cáceres

A pesar de que el encuentro de Guadalupe entre Felipe II y Sebastián de Portugal empezó entre grandes abrazos y una quasi camaradería entre ambos -sorprendente, por otra parte, entre aquel tío y aquel sobrino-, día a día, las diferencias entre ambos aumentaron de forma evidente, provocando la cólera del portugués, impotente ante el muro de autoridad de su tío, que, al parecer, ni una sola vez cedió en su punto de vista contrario al proyecto de Sebastián.

Se dice, que en cierto momento, explicándole el duque de Alba al portugués las múltiples dificultades y la importunidad de lanzar un ataque en el norte de África en aquel momento, Sebastián, le preguntó:

–¿De qué color es el miedo, Señor?
–Del color de la prudencia, Majestad–, respondería el duque sin atender a la real ofensa, a pesar de la cual y, sin duda con permiso del rey, se ofreció a mandar personalmente la jornada africana, con la condición de que Sebastián no participara en la misma. Conocida es la opinión de Felipe II sobre la inutilidad de que los reyes se expusieran en combate, pero en aquella ocasión, Sebastián recibió la propuesta como un insulto a su persona.

Se comentó que los dos reyes habían llegado a levantarse la voz durante la celebración del oficio divino –resulta increíble que Felipe II perdiera así la compostura–, y aún se oyó a Sebastián asegurar que en cuanto volviera a su reino, desafiaría a su tío a un duelo singular.

Más popular y conocida es la reacción posterior atribuida a Felipe II, algo dudosa, por lo profética: –Vaya en buena hora, que si venciere, buen yerno tendremos, y si fuere vencido, buen reino nos vendrá.

Felipe II. Pantoja de la Cruz. Biblioteca Monasterio San Lorenzo. El Escorial.
Sebastián de Portugal, Miniatura. Cristóvão de Morais. Galería de los Uffizi Florencia

Catalina de Austria en su lecho de muerte –12 de febrero de 1578– repetía desesperada: –¡Oh, nao passe sua Alteza en nenhum modo a berbería. Aconselhemlhe que nao passe, que o mesmo fez eu sempre e faço agora! ¡Oh, nao pàsse, que nao convem!

Felipe II envió al Duque de Medinaceli, don Juan de la Cerda, a sus funerales, con el encargo de disuadir al rey de sus proyectos, pero el embajador informó en carta del mes de abril que todos sus esfuerzos en aquel sentido, habían resultado inútiles.

Nunca dejaron, a pesar de todo, de surgir dudas en Portugal sobre el hecho de si Felipe II se había empleado a fondo en disuadir a su sobrino, o había actuado movido por otros intereses: D’ahí por diante Felipe II nao se contenteu em assistir aos acontecimientos como impassivel espectador; fou tamben na sombra contribuindo quanto pudo para que rebentasse a catastrophe.

Opinión contestada por Fray Bernardo da Cruz, quien escribió en su Crónica: Aínda que sabía, por morte de seu sobrino, elle ser o legítimo successor de seus reinos, mais dor lhe dava a suspeita de sua morte, do que o gosto que podía ter com tal herença, o que bem mostrou depois de sua morte; pois sendo o legitimo herdeiro dos reinos de Portugal, claramente se sentía em sua magestade haver antes perdido alguma parte de seus estados proprios, que herdar o de seu sobrinho, com morte tao cruel e lastimosa.

Pero el Papa Gregorio XIII había dado su aprobación al proyecto de Sebastián a principios de aquel año y, a mediados de 1578, Juan de Silva escribía a Felipe II aludiendo al monarca portugiués: Me dijo que podría escribir a V.M. resolutamente, que por este respecto, ni por otro alguno, dejará ni suspenderá la jornada de Alarache, ni ha de diferir una hora ni media su embarcación y partida; que yo avisase a V.M. que, con ayuda de Dios, el sábado 14 del presente, comerá en la galera, y el martes a 17 comenzará a navegar.

Bástele al Rey don Sebastián –hizo saber, por último, Abd al Malik, –: la poca razón que trae para se perder, porque querer quitarme el reino a mi, que me viene por derecho, por querer darlo a un negro, sin que por ello la cristiandad quede en algo mejorada, no es negocio que permitirá Dios.
***

Perfectamente mal criado en un restringido entorno de familiares mayores y cortesanos serviles, por primera vez don Sebastián vivió rodeado de jóvenes de su edad, algunos de los cuales son bien conocidos.

Álvaro de Castroespontáneo, generoso y entregado–. Cristóbal de Távoravaliente, temerario y sumiso cortesano, del que se dice que, habiéndose adelantado al caballo de Sebastián en una persecución, recibió de este, a quien gustaba ser siempre el primero, un lanzazo en la cabeza. Acto seguido, Cristóbal se apeó del caballo y besó la mano que acababa de golpearle. Luis de Silva –sumiller con fama de codicioso–, y Manuel de Quaresma Barretohombre de poca calidad, pero de buen entendimiento–. 

Para entonces ya era notoria la ausencia de los hermanos Gonçalvez de la Cámara. Luis, el confesor, había fallecido en marzo de 1575, causando un inconsolable dolor a Sebastián, quien, al parecer, por nadie sintió tanto afecto en toda su vida, hasta el punto de que se encerró tres días en una cámara en Évora, donde se hallaba sin ver más luz que la de una vela, ni querer comer, ni ver, ni hablar con persona alguna. Y fue la primera vez que se vio al rey llorar en público.

En cuanto a Martín, descendió a la ruina desde las más altas esferas, por abusar de la confianza real, usurpando una autoridad que nadie le había concedido, pues era una de las prerrogativas sobre las que el joven monarca no albergaba la menor duda de que le correspondían a él en absoluta exclusividad. 

María de Noroña, viuda de un noble de la corte, decidió casarse con un caballero de menor rango. Sabido por el confesor, ordenó el arresto de la joven en la Torre de Belem, para después obligarla a atravesar la ciudad a lomos de una mula, con las manos atadas. María, pensando que aquello sólo podía constituir el camino del patíbulo, al pasar por delante de una iglesia, se arrojó a tierra en un intento de hallar asilo en sagrado, sufriendo una caída dolorosísima que al pueblo causó escándalo y provocó que, por fin, su familia protestara ante el monarca. Informado Sebastián, llamó a Gonçalvez y sin mirarle de frente, ordenó que se le pidieran cuentas de su osadía. Se dice que Martín, no contestó y que, acto seguido abandonó el palacio para siempre. Esto ocurría a principios del verano de 1576.
***

Así pues, el 12 de julio de 1578, don Sebastián y su ejército desembarcaban en Arcila. 

Se planteaba la duda de si avanzar para el ataque a Larache, por tierra o por mar. Finalmente, de forma incomprensible, se optó por el viaje por tierra, y se inició la marcha, dejando al descubierto la retaguardia y los flancos en medio de un territorio enemigo y bajo un terrible sol de agosto.

El 25 de julio, Juan de Silva escribía a Felipe II desde Arcila: Llegados aquí a los 12 con mucho trabajo y descomodidad, comenzó el rey a detenerse porque la armada no se acabó de juntar en aquellos dos días, y cuando llegó, no traía qué beber, y en hacer la aguada, se gastaron otros dos o tres.

El Greco, 1578-80. M. del Prado

Buena parte de la investigación identifica al celebérrimo Caballero de la Mano en el Pecho con don Juan de Silva, corresponsal de Felipe II, y participante activo en la jornada de don Sebastián. Procedía de una conocida familia portuguesa, integrada al servicio de la Corona de Castilla desde finales de la Edad Media, siendo él mismo, en época del Greco Protonotario Mayor de Toledo y Alcaide del Alcázar. Si fuera así, la discutida deformación del hombro izquierdo respondería a la herida de arcabuz que el caballero recibió en la batalla de Alcázarquivir.

Poco después, informado por un espía judío, de que Abd al Malik esperaba en Salé con 70.000 hombres, Silva añadía: El rey anda de ayer acá bien congojado y recátase de mí creyendo que se me podrá encubrir esto. Si algo hay que añadir es para acrecentar el temor del peligro que se espera en este camino, porque todavía afirman y hay quien dice que –Abd al Malik– trae 30.000 caballos, que tales cuales fueran es sobrada fuerza contra la poca nuestra, y no hay que pensar que el rey se mudará de lo que tiene acordado.

Cuando Fray Roque de Espíritu Santo, un trinitario que redimía cautivos, informó a Sebastián de que, al contrario de lo que ocurría en su campamento de bisoños, en el campo enemigo reinaba una férrea disciplina, el orgulloso monarca se irritó de tal manera que amenazó con apresar al fraile, porque sólo quería contrariar sus deseos.

Finalmente, horas antes de emprender la marcha, se recibió un nuevo mensaje de Abd al Malik: No sé cuál fue la causa y razón, rey don Sebastián, que te motivó a que quisieses conmigo guerra tan injusta, pues a Dios desplacen sinrazones. No te metas, donde no te has de poder ir cuando quisieres… Tú me vienes a buscar sin razón, y quieres guerra injusta conmigo, que a Dios no place, ni es de eso contento ni servido. Sabe que esto ha de costar más vidas que granos de mostaza pueden caber en un gran saco.

Finalmente se acordó la fecha de salida del ejército portugués. Para el 29 de julio de 1578, cientos de carros de bueyes y mulas estaban preparados para el transporte, a pesar de la evidente escasez de comida y vino para la tropa, que antes de ordenarse frente a Alcázarquivir debía tomar Larache –defendida por andaluces, descendientes de los expulsados de Granada–. Era Maestre General de Campo el portugués Duarte de Meneses y comandaba el Tercio Castellano, Alonso de Aguilar



Antes de emprender la marcha, don Sebastián ordenó que nadie intentara adelantarse a su persona y que no se engañasen, porque les certificaba que había de matar a uno y que no le había de quedar de eso ningún pesar, sino gran contentamiento. Pero toda la autoestima desplegada –o su carencia–, no le impidieron comprender la gran falta de vituallas que sufrían aquellos soldados. Empezaba a dudar si sería mejor volver a Arcila y embarcar las tropas para transportarlas por mar hasta Alcázarquivir, pero una vez tomada la decisión de volver, resultó ser demasiado tarde, porque llegados a Arcila un grupo de Caballeros que se adelantaron, vieron con sorpresa, que la flota ya se había hecho a la vela. 

Fue entonces cuando llegaron las compañías españolas al mando del capitán Aldana llevando instrucciones del duque de Alba, y el famoso casco que Carlos V había llevado en Túnez, lo que hizo que don Sebastián recuperara la moral y abandonara sus dudas. Todo ello, a pesar de que, conociendo ya bien el carácter del joven rey, y su desconocimiento de la guerra, Alba le había escrito poco antes: V.M. advierta que lleva el enemigo consigo.

El 3 de agosto el ejército iniciaba la marcha. El rey mandó dar el Ave María, última señal de la batalla, y el padre Alejandro Matos, de la Compañía de Jesús, levantó el crucifijo en alto, a cuya vista la gente que estaba a pie se hincó de rodillas.
***

Los sucesos que siguen fueron descritos en varias Relaciones, una de las cuales fue redactada por un dominico español, testigo de vista, llamado Fray Luis de Nieto.

Mientras Abd al Malik, gravemente enfermo, montaba a caballo para no afectar con su ausencia la moral de los hombres, don Sebastián rezaba ante un Crucifijo, de rodillas en su carro, disposición en que lo encontró Duarte de Meneses, que iba a pedir instrucciones en nombre de su padre. –Volved a decir a vuestro padre –respondió don Sebastián–, que ya le tengo dicho lo que ha de hacer; que camine despacio en tanto que yo no voy.

A las diez de la mañana sonaron tres disparos de cañón, que sembraron el desánimo entre los portugueses, ignorantes de que el enemigo tuviera artillería; hasta ese punto habían fallado las operaciones previas, en este caso, la información, que con relativa facilidad hubieran llevado a cabo los espías.

Pasó un tiempo interminable de espera, durante el cual nadie sabía cuáles eran los planes del portugués, porque no daba órdenes, sumido en un extraño silencio, hasta que, inesperadamente, se adelantó con su caballo, y A la voz del rey, arrancó con furia e ímpetu sin igual el cuerpo de aventureros dirigidos por Álvaro Pérez de Távora.



Muy pronto fueron acorralados y varios cientos de estos intrépidos soldados de vanguardia, fueron aniquilados sin piedad. Sólo opusieron alguna resistencia los arcabuceros. En el cuerpo a cuerpo, la muerte que acechaba, era ya una sombra que cubría con pavorosa presencia.

Sorprendentemente, ante la evidencia de la masacre, Sebastián desoyó las insistentes peticiones del Prior de Crato, que al igual que el Alférez Mayor, Luis de Meneses, aconsejaba la retirada inmediata. 

–¿Y ahora, Señor, qué hemos de hacer con tal muchedumbre?-Le preguntó Fernando de Mascarenhas. –Haced lo que yo hago–, contestó Sebastián. Después pidió agua y los hombres observaron que tenía una herida en la mano derecha. Cambió de caballo por tercera vez y se lanzó de nuevo en medio del enemigo.

Para entonces, ya no había vanguardia; la retaguardia se había entregado y el Tercio de Távora siguió combatiendo, ya inútilmente, hasta que él mismo cayó muerto y sus hombres se rindieron. Sebastián luchaba todavía, cuando de pronto, las municiones de los portugueses volaron por los aires, matando a propios y a contrarios.

Távora, le pide finalmente a Sebastián que se rinda pues no hay otro remedio. 
-¿Qué puede haber aquí –añadió João de Portugal–, sino morirnos todos?
–Morir, si –parece que dijo el rey–, pero poco a poco. 

Pero no fue poco a poco; sólo cuatro horas después, todo estaba perdido. En un desastre sin paliativos, miles de cadáveres de portugueses yacían por tierra cuidadosamente despojados de sus armas y ropajes, quedando prisioneros la mayor parte de los que conservaron la vida, cuyos rescates arruinarían a sus familias. La aristocracia quedó más que diezmada por muerte o cautiverio, pero el asombro provocado por la inconmensurable tragedia, no permitió comprenderla en toda su extensión hasta varios meses después, cuando las noticias pudieron hacerse un sitio en una imaginación colectiva incapaz de aceptar tamaña desventura. 

Sabemos que don Sebastián, después de beber agua y de cambiar de caballo por tercera vez, se lanzó en medio del enemigo. A partir de ese momento, la imaginación lo dibuja atravesando el campo de batalla, entre la muchedumbre de enemigos, hasta desaparecer en el horizonte.

Luiz de Brito –escribe fray Bernardo de Cruz–, voltando os olhos pera o caminho que el rei tomara, o vio ir um pedaço desviado, ja sem haver mouro algum que o seguisse, nem aparecerem outros diante que tao prestes o pudesem encontrar, pera lhe impedir o caminho que levava, que era mui distante do lugar aonde depois diziam que o alharam morto.
***

Entre los testimonios más inmediatos, algunos, de forma muy dudosa aluden a la muerte del joven Sebastián, inclinándose la mayor parte a pensar en su desaparición.

Fray Bernardo de Brito: Cristóbal de Távora iba persuadiendo al rey que no pelease más y se rindiese y dejase cautivar, y al fin fueron cautivos todos de un escuadrón de bárbaros y llevados cada cual por su parte, y Vasco de Silveira fue el último que los moros tomaron siendo derribado por querer socorrer al rey después de estar cautivo.

Juan Bautista de Morales: El rey andaba acompañado de algunos fidalgos que pretendían salvarlo a trueco de sus vidas, cuando se halló cercado de una multitud de alarbes; de entre los suyos se apartó uno, por consejo de los demás, con un lienzo puesto en la punta de su espada, y dando cuenta a los moros de cómo allí estaba el Rey, le respondieron que largase las armas primero y entonces podrían tratar lo que les convenía, la cual respuesta sintió el rey de manera que, sin esperar más, se lanzó entre ellos furiosamente, acompañado de los que lo seguían, peleando todos con desesperada osadía por su salvación, adonde dicen que cayó, después de haberle muerto el caballo, y él después de haber hecho con él estrago en los que a él se llegaban, herido aquel real cuerpo en infinitas partes, rindió el alma a Dios.

Teniendo a la vista el anterior testimonio, escribió el Cronista Cabrera: Donde dicen que cayó aquel muerto del caballo, y nadie la afirmó de vista, porque era infamia donde su rey quedaba muerto, quedar caballero vivo que pudiese referir la pérdida.


Maroc Alcacer Quibir -El-Ksar-, les rives de l'oued Loukkes

Se cree que, cuando aquel caballero presentó su espada con el pañuelo atado –bandera blanca de rendición–, el rey se enfureció y se internó de forma suicida entre las filas enemigas, siendo seguido por los caballeros que lo acompañaban, de los cuales ninguno saldría con vida.

Otro testimonio, sin embargo, dice que los señores que lo acompañaban, ocultaron su cadáver rey para no ser acusados y que, poco después, un hombre, llamado Resende– lo halló desnudo y despojado,y le ató un trapo como señal por la que pudiera ser reconocido posteriormente. Más tarde, sería conducido a la tienda del rey moro.

Los dos reyes musulmanes que participaron en la contienda habían muerto; uno porque ya acudió al campo gravemente enfermo, y, el otro, se ahogó al intentar atravesar el río. El Sultán, después de colocar el supuesto cadáver de don Sebastián sobre una alfombra, hizo llamar a algunos de los prisioneros más distinguidos, como el Maestre de Campo Meneses, el Sargento Mayor Acevedo, y a los caballeros Amaral, Braganza, Mascareñas, etc. quienes, entre el asombro y el estupor, creyeron reconocer el cuerpo a pesar de que, en solo un día aparecía ya muy desfigurado a causa de las heridas y la insufrible temperatura del lugar y la estación. Presentaba el cadáver diversas heridas de espada en la cabeza, una de las cuales, muy profunda, sobre la ceja derecha y otras menores en el cuello, el rostro y las dos manos.

Una vez hecho el reconocimiento, el sultán propondría intercambiarlo por diversas plazas portuguesas del entorno de su territorio, algo a lo que Meneses se opuso, provocando la ira de su interlocutor, que amenazó entonces con tratar el cuerpo del monarca como un trofeo, de tal forma que no dejaría de despertar contra los portugueses las iras del rey de España, que era hermano de su madre.

Entre tanto, el calor continuó su labor, de modo que, al día siguiente, para poder trasladar los restos, fue preciso cubrirlos de cal, y así fueron llevados a Alcázarquivir donde quedaron depositados bajo la custodia de su alcalde.

El duque de Medina Sidonia, informó del desastre por carta que abrió el secretario Mateo Vázquez, el día 15 de agosto, aunque para entonces, ya habían llegado a la corte noticias del desastre, si bien debieron ser contradictorias, a juzgar por la nota escrita por Felipe II el día 19: Está bien esto, y si son verdaderos unos avisos que vienen agora, poco tendría que escribir, que dicen que el Rey estaba libre, e iba en su armada, mas vienen por rodeos y más derecho es lo de ayer, ojalá fuesen verdaderos los de hoy.

Del Ré non si sà certimente fino a questa hora si sia vivo a morto; et si vivo, se líbero o priso, moltu tuttavia dicono che sia vivo, et che si era ritirato in Arzila con certi reliquie dell essercito–, escribió el Nuncio Apostólico a Roma, el día 18 de agosto de 1578.

Felipe II, solicitó desde un principio la entrega de los restos que, finalmente, fueron enviados a Ceuta, ciudad donde más tarde, se efectuaría su entrega, por parte de un Andrés Gaspar Corso en representación del Sultán de Marruecos, que dijo entregarlo graciosamente. Existe el documento que certifica dicha entrega; ahora bien, el acto tuvo lugar el día 4 de diciembre de 1578 y resulta extremadamente lógico preguntarse de qué forma pudieron identificarse aquellos restos, para que los que se hicieron cargo de los mismos, pudieran afirmar que se trataba de los huesos de don Sebastián.

Para muitos dos que estaban en Alcácer–quivir, Sebastiao nao morreu, mas desapareceu.

Cuando ya Felipe II era rey de Portugal, ordenó al duque de Medina Sidonia y al Obispo de Ceuta que se encargaran del traslado a Portugal de aquellos huesos, que él mismo recibió en Lisboa, acompañado por el Cardenal Archiduque Alberto, en diciembre de 1582. Finalmente fueron depositados en el bello Monasterio Jerónimo de Belém.

El mismo duque de Medina Sidonia, que entonces atestiguaba sobre los restos, había enviado una carta desde Sanlúcar de Barrameda, en la que, con fecha de  9 de agosto de 1578, informaba lo siguiente:

Su alteza dicen que peleó esforzadamente y que le mataron tres caballos y de último le vieron a pie con la espada en la mano y herido en un brazo y hoy me dice Antonio Manso, su factor, que el alcalde de Tetuán escribió el de Arzila que el Rey está cautivo y deséase tanto su vida, que sería consuelo de la mayor desdicha que ha habido en el mundo.
***

A partir de aquel fatídico 4 de agosto de 1578, los acontecimientos parecen producirse con extrema rapidez. Una vez aceptada oficialmente la desaparición de don Sebastián, ascendía al trono su tío abuelo el anciano cardenal, como Enrique I de Portugal. El 11 de enero de 1580 se convocaron Cortes en Almeirim con objeto de determinar su  sucesión; una urgente necesidad que se hizo imprescindible, cuando poco después de reunidas las Cortes, fallecía aquel, el día 31 de enero, lo que obligó a suspender las reuniones para nombrar un Consejo de Regencia que debía gobernar el reino en tanto no se acordara a quien correspondía la sucesión.


Enrique el Piadoso. 1512-1580. Gal. Patriarcado de Lisboa, MNAA

De los cinco Consejeros; Jorge de Almeida, arzobispo de Lisboa, Presidente, asistido por el Justicia Mayor, João Telo, y los caballeros, Francisco de Sá Meneses; João de Mascarenhas y Diogo Lopes de Sousa, todos eran partidarios de la sucesión de Don Felipe, ya fuera por verdadera convicción, ya con ayuda de las medidas aportadas por Cristóvão de Moura y Pedro Téllez Girón –léase, sobornos, amenazas, o las dos cosas–, exceptuando sólo al Justicia Mayor João Telo. Aún así, las Cortes debían dar su resolución, estudiando y discutiendo cuál de los posibles candidatos podía mostrar mejor derecho.

Ranuccio I Farnesio con hábito de Caballero de Malta. Tiziano. 
National Gallery of Art, Washington, D.C.

Ranuccio I Farnesio –por entonces, 11 años–; era hijo de María, hija a su vez de Eduardo de Aviz, y biznieto de Manuel I. Duque de Parma y Piacenza y el heredero más próximo, pero su padre, Alejandro Farnesio no se planteó reclamar sus derechos, probablemente, por ser aliado y vasallo de Felipe II.

Catalina, hermana menor de María, casada con el Duque de Bragança, João I. Tenía derecho por sí misma, como también lo tenía su esposo, además era portuguesa y vivía en Portugal, pero el hecho de ser mujer jugó en su contra, por no ser costumbre en aquel reino coronar a mujeres. 

Felipe II: hijo de Isabel, hija de Manuel I. Envió a la Corte de Lisboa a su Secretario Rodrigo Vázquez de Arce y a Luis de Molina, con el encargo de presentar y favorecer su candidatura.

María de Austria, hermana de Felipe II.

Manuel Filiberto de Saboya, conocido como Testa di Ferro, hijo de Beatriz, hija menor de Manuel I.


Manuel Filiberto. Duque de Saboya.

João I Duque de Bragança

Representaciones anónimas del Duque de Bragança

Casado con una hija de Manuel I, se preparaba para acompañar a Sebastián en la nefasta jornada, cuando sufrió un fuerte acceso de fiebres, por lo que envió en su lugar a su hijo Teodosio, duque de Barcelos, que apenas tenía diez años. A pesar de defender los derechos de su esposa, juró acatar al monarca que fuera reconocido. Felipe II le ofreció un sinfín de mercedes –incluso la boda de su hijo Diego con una hija del duque.

Antonio, Prior de Crato, nieto de Manuel I, pero hijo ilegítimo de Luis de Aviz. Se convirtió en el verdadero rival de Felipe II, llegando a ser coronado, con efectos legales, hasta 1583, pues antes de que el Consejo diera su dictamen, se hizo coronar a finales de junio de 1580, en Santarém.

Antonio el Prior de Crato

Aunque las pretensiones de Felipe II pronto fueron asumidas por la nobleza y la Iglesia, nunca fueron aceptadas por las Cortes ni por el pueblo que, en general, se oponía a su candidatura. 

Para mediados de Febrero de 1580, el monarca consideró que su paciencia se había agotado y llamó al duque de Alba -al que había desterrado de la Corte tiempo atrás, por un asunto aparentemente nimio-, quien se dirigió a la frontera al mando de 35.000 hombres. Una vez coordinados sus respectivos planes, Alba por Tierra y don Álvaro de Bazán por mar, tardaron muy poco en encontrarse en Lisboa como vencedores, en nombre del rey de España. Recordemos que tras la jornada de Alcázarquivir, la mayoría de los nobles portugueses que no habían perdido la vida, seguían esperando su redención.

El Prior se trasladó entonces a la Isla Tercera de Las Azores, donde se mantuvo, como hemos dicho hasta 1583, cuando Álvaro de Bazán lo derrotó definitivamente.

Felipe II – que había perdido a su última esposa, Anna de Austria, mientras esperaba noticias del duque de Alba en Badajoz–, fue jurado en las Cortes de Tomar, el día 15 de abril de 1581. Él mismo se trasladó con la Corte a Lisboa, donde permaneció hasta febrero de 1583.

***

El desconocimiento de la extensión del desastre había afectado igualmente a los contradictorios informes sobre la suerte corrida por el rey, cuya suerte fue pasando al terreno de los ensueños alimentados por la nostalgia y la pérdida, hasta el punto de que empezó a correr la idea de que don Sebastián había sido hecho prisionero y que seguía con vida, algo que, si bien, dadas las circunstancias, parece imposible de creer, durante mucho tiempo se mantuvo en el terreno de las posibilidades reales, que no siempre se resolvieron de forma convincente y libre de dudas.

Es sobradamente conocida la historia del llamado Pastelero de Madrigal, el cual no sería otro que el mismo Sebastián, que habría descubierto su personalidad a la hija de don Juan de Austria por medio del capellán del convento en el que ella vivía, que había sido en tiempos confesor del rey portugués. El misterioso joven se proponía recuperar su reino, para lo cual recibió el apoyo y las riquezas de la noble religiosa, pero fue ejecutado por orden tajante de Felipe II, el día 1 de agosto de 1595, sin proceso y sin el careo que había solicitado el juez de la causa, llamado Santillán.

El problema surge, sin embargo, cuando el mismo juez, al día siguiente de la ejecución, envía una carta al entonces polivalente ministro Cristóbal de Moura, pidiéndole, además de su salario ordinario, se ejecute la merced que se le había prometido, confiando en que se hará efectiva sin más tardanza, y no sólo eso, sino que me hará otras mayores, como yo lo espero y todo el mundo lo entiende... 

¿A qué se refería? No podemos perder de vista –sin que esto quiera significar nada más que lo que estrictamente dice–, que por orden del rey había hecho ejecutar al sospechoso sin dar tiempo a celebrar un proceso. Pero si Santillán no había hecho más que cumplir una orden real, ¿por qué reclamaría una recompensa?

Pero lo más sorprendente en este caso, es la sucesiva intervención de distintos pontífices, reclamando le devolución del reino a su legítimo titular, el cual se había presentado en Roma. Estas reclamaciones se repitieron hasta el reinado de Felipe IV y en ellas –en las copias que se conservan–, tanto Clemente VIII, como Paulo V y Urbano VIII, no ahorran términos amenazadores ni exigencias tajantes.

Clemente VIII, en Breve de 23 de diciembre de 1598, escribía a Felipe III:


…nuestro muy amado hijo don Sebastián, Rey de Portugal se presentó personalmente en esta Curia Romana, haciéndonos la súplica que mandáramos devolverle el reino de Portugal pues era el verdadero y legítimo rey de ella, que por sus pecados se perdió en Alcázarquivir. Mandamos, por consejo de Cardenales en Cónclave que fuera examinado con mucho detalle y se hicieron los procesos que en el Archivo de esta Curia se guardan… y verificado ante nosotros ser el propio rey Sebastián, por tal lo declaramos y sentenciamos y mandamos al muy Católico rey Felipe III de España que entregue el reino en paz, so pena de excomunión mayor ipso facto incurrenda reservad a nos y no permitiendo dilaciones.

Casi veinte años después, el 17 de marzo de 1617, insistía Paulo V


A nuestro muy amado hijo Felipe III, Rey de España hacemos saber que por parte del Rey Sebastián que se decía ser de Portugal nos fue presentada una sentencia apostólica de nuestro antecesor Clemente VIII de que consta estar juzgado por verdadero rey y legítimo de Portugal… que mandásemos ver y examinar dicha sentencia con nueva justificación… nos parece mandaros aviso por nuestro Nuncio entreguéis el reino a su dueño como estaba mandado por la sentencia adjunta, por lo que Authoritate Apostólica que en esta parte usamos, mandamos a vos Felipe III, en virtud de santa obediencia, que dentro de nueve meses entreguéis el dicho Reino de Portugal a su legítimo sucesor don Sebastián muy pacíficamente sin efusión de sangre y so pena de excomunión mayor Lata Sententia de manera que está juzgada.


Por último, Urbano VIII, repite la misma sentencia, mandando dar vista a Felipe IV que hoy vive… os mandamos que después de esta notificación a nueve meses primeros siguientes que asignamos, hagáis por vuestros religiosos así Seculares como Regulares, se publique en los púlpitos de las iglesias y plazas públicas.

***

El presente estudio se basa en el excelente y completísimo libro de Antonio Villacorta Baños–García: Don Sebastián de Portugal, del que proceden asimismo casi todas las citas literales, cuando no son de la inestimable Colección de Documentos Inéditos, en la que se dedica gran espacio al asunto de Portugal. 

Propone este autor al final de su trabajo que, para salir de dudas, se podría comparar el ADN de los supuestos restos de don Sebastián, con los de su madre, por ejemplo, que se custodian en las Descalzas Reales de Madrid. Sería de desear, aunque sólo fuera en orden a una mejor aproximación histórica a los hechos, más convincente y, sobre todo, libre de dudas.
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