sábado, 11 de mayo de 2013

Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro. Segunda Parte


Primer Nivel: Victorias Militares



El cuadro de La Expulsión de los holandeses de la isla de San Martín, de Eugenio Cajés, está perdido.

VICTORIAM IUXTA FLORV. ANNO MDCXXII, A. D. GVNDIZALVO DE CORDOVA OBTENTAM. VINCENTIVS CARDVCHI REGIÆ MAIESTATIS PICTOR, ANNO DVODECIMO A BELLO CVRRENTE PINGEBAT. 297x365. Museo del Prado.

La Victoria de Fleurus conmemora un triunfo de don Gonzalo de Córdoba, hijo del duque de Sessa, durante la Guerra de los Treinta Años. El 29 de agosto de 1622, el ejército de Felipe IV derrotó, cerca de Fleurus, en Bélgica, a las tropas de los generales Brunswick y Mansfeld. La acción, muy popular, animó a Lope de Vega a escribir la comedia titulada La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba. Carducho trató de reflejar el hecho en este lienzo que parece un decorado teatral, en el que el general vencedor suena algo ausente de su propia guerra. 

Gobernador de Milán con Felipe IV; Gonzalo de Córdoba fue enviado por Olivares a Francia en 1627, cuando el Duque de Nevers planeaba conquistar el Ducado de Mantua, acción que condujo a la guerra entre 1628 y 1631.

El florentino Vincenzo Carducci se inició en la pintura junto a su hermano Bartolomeo, a quien acompañó en su viaje a Madrid en 1585. En 1606, cuando la Corte vuelve de Valladolid, participa en la decoración del Palacio del Pardo recién construido. En 1609, al fallecer Bartolomeo, es nombrado pintor del Rey. Realizó una serie de 55 cuadros para el claustro del monasterio del Paular, de los que 27 se refieren a San Bruno, siendo este tipo de pintura el que mejor encaja con su estilo. Durante mucho tiempo fue maestro de taller en Madrid, teniendo como alumnos a Giovanni Ricci, Pedro Obregón, Francisco Collantes y otros pintores representativos del siglo XVII. Escribió Diálogos de la Pintura, su defensa, origen, essencia, definición, modos y differencias, publicado en 1633, redactado como un diálogo tradicional entre maestro y aprendiz:
 
V. Carducci, autorretrato. Edición del Diálogo 1632

La más heroica acción del hombre (según enseña Séneca) es la que hace en favor de su República y bien común, que como no nacimos para solos nosotros, debemos comunicar nuestro talento en lo que puede ser de utilidad a los demás. Mi natural Patria es la nobilísima ciudad de Florencia, Cabeza de la Toscana, por tantos títulos ilustre en el mundo: pero como mi educación desde los primeros años haya sido en España y particularmente en la Corte de nuestros Católicos Monarcas, con cuyas reales mercedes me veo honrado (si allí es la Patria, donde mejor sucede lo necesario a la vida) justamente me juzgo por natural de Madrid, para que sin negar lo que debo a la originaria, satisfaga a lo que pide la Patria donde habito.

En 1634 pintó tres de las batallas del Salón de Reinos y en el 38 fallecía en Alcalá de Henares a los 60 años, hallándose recluido a causa de una enfermedad mental. Había terminado un San Jerónimo en el que figura una inscripción latina: Vincensius Carducho termina aquí su vida –no su obra-.

Dejó, efectivamente, una amplia obra de asunto religioso, pero la aparición de Velázquez relegó su pintura a un segundo plano, aunque sigue siendo reconocido como pionero del Siglo de Oro.

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COSTANZAM PER DVCEM DE FERIA ANNO MDCXXXIII AB OBSIDIONE LIBERATAM. VICENTIVS CARDVCHI REGIÆ MAIESTATIS PICTOR, ANNO ALTERO PINGEBAT. 297x374. Prado.

El Socorro de Constanza es otro episodio de la Guerra de los Treinta Años, organizado personalmente por el Conde Duque de Olivares para expulsar a los soldados suecos del General Horn y sus aliados de la ruta del Rin y franquear su acceso a las tropas españolas. En este contexto, las tropas destacadas en Alsacia al mando del Duque de Feria liberaron la ciudad suiza de Constanza; al igual que Rheinfelden y Brisach, en 1633. 

Es una de las últimas obras de Carducho –1634–, también parecida a un decorado teatral, en el que destaca el Duque de Feria asistido por un paje. El Duque, sobre su caballo en corveta, levanta triunfalmente la bengala, pero ambos parecen en actitud congelada. Los escenas relativas a la batalla son más realistas que los personajes del primer plano, y se mueven dentro de un detallismo que roza la perfección, pero no logran transmitir vida a la escena.

Don Gómez Suárez de Figueroa, III Duque de Feria falleció poco después de producirse esta acción. Siendo Gobernador de Milán con Felipe III, contribuyó a reforzar el célebre Camino Español, entre Italia y Flandes durante la revuelta de La Valtelina –valle lombardo que une Milán con Austria– ocupada por los frisones, y restableció diversas guarniciones que consolidaron el dominio español sobre esta ruta, imprescindible, a causa de la eterna enemistad con Francia. A pesar de ello, en 1622 Felipe IV decidió evacuar el paso, dejando el control del Valle al Pontífice.

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EXPVGNATAM REINFELT, CAPTASQ. WALDZVT, SECHIN, ET LAVFEMBVRG PER DVCEM DE FERIA ANNO MDCXXXIII. VICENTIVS CARDVCHI REGIÆ MAIESTATIS PICTOR, ELAPSO ANNO PINGEBAT. 297x357. Prado.

La Expugnación de Rheinfelden conmemora la liberación de esta ciudad suiza en 1633 por las tropas españolas al mando del Duque de Feria, que murió apenas terminada la obra pictórica. La acción se sitúa dentro del citado plan de Olivares encaminado a liberar la ruta del Rin del acoso de los ejércitos suecos, por tratarse de un corredor estratégico para las tropas españolas entre Italia y los Países Bajos. Transcurre asimismo en el marco de la Guerra de los Treinta Años, conflicto originado por el intento del emperador de devolver Bohemia al catolicismo y a su zona de influencia, pero que finalmente se convirtió en una guerra en la que, entre 1618 y 1648, se dirimió la hegemonía sobre el centro de Europa.

El lienzo de Carducho, pintado sólo un año después de la batalla, trata de enaltecer su resultado, retratando al Duque de Feria en un destacadísimo primer plano, falto de movimiento, logrando sin embargo, una cierta vitalidad en los elementos que componen el fondo, que, no obstante su perfección y detallismo, carece de eficacia expresiva.

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La recuperación de la isla de Puerto Rico por don Juan de Haro, de Eugenio Cajés. Óleo sobre lienzo, 290 x 344. Museo del Prado.

Fueron Luis Fernández y Antonio Puga quienes se encargaron de terminar La recuperación de San Juan de Puerto Rico, otra de las victorias logradas al comienzo del reinado de Felipe IV. En 1625, don Juan de Haro, gobernador de Puerto Rico, venció a las tropas holandesas y devolvió a la corona la soberanía sobre la Isla, aunque no pudo impedir que los atacantes incendiasen la ciudad antes de abandonarla a bordo de sus naves.

En el primer plano, Haro conversa con un ayudante mientras al fondo, sus hombres rechazan a los holandeses hacia el mar. A la derecha del lienzo, una columna de humo refleja el desgraciado incendio que devastó la ciudad a pesar de la victoria.

Natural de Madrid (1574), Eugenio Cajés —también llamado Caxés, o incluso, Cascese— fue hijo del pintor de Arezzo, Patricio Cajés –un fichaje de Luis de Requeséns–, casado con una española y que trabajó para Felipe II en El Escorial, motivo por el que Eugenio inició su formación en el ambiente de los artistas del Monasterio, para completarla después en Roma, ciudad a la que viajó alrededor de 1596–97. A su vuelta se casó con una hija de Juan Manzano, maestro carpintero de El Escorial que murió al caer de un andamio. Por la misma época Cajés empezaba a frecuentar los ambientes artísticos da Madrid. Se significó entre el gremio de artistas al oponerse al proyecto de una alcabala sobre la pintura.

En 1612 sucedió a su padre como Pintor Real, cuando ya llevaba diez años firmando sus obras como artista reconocido. Fue amigo de Carducho y colaboró en algunos de sus trabajos de carácter religioso, como la creación de los frescos de la capilla de la Virgen del Sagrario de la Catedral de Toledo (1615-1616) y decoró personalmente las capillas laterales, mostrando su dominio de los efectos de luz al estilo veneciano. También con Carducho, colaboró en el gran retablo del Monasterio de Guadalupe y por la misma época realizó una Santa Leocadia para la iglesia toledana de la misma advocación. Hay constancia de su amistad con Pantoja de la Cruz hacia 1618, año en que contrajo matrimonio por segunda vez.

En 1634 firmó los contratos para realizar dos lienzos del Salón de Reinos, pero murió a mediados de diciembre de ese mismo año, antes de terminarlos, quedando el acabado a cargo de sus discípulos. El otro cuadro es el que hemos citado como el primero del Muro Norte, hoy desaparecido. 

Dos curiosas pinturas de Cajés: San Ramón Nonato alimentado por los ángeles; había nacido después de fallecida la madre. 

San Julián de Cuenca, o San Julián Canastero, quien tras ceder las rentas de su Obispado a los indigentes, se mantenía con la venta de los cestos de mimbre que él mismo fabricaba. (Glasgow).

Se atribuye a Cajés este retrato de Lope de Vega.

La formación de Cajés fue muy similar a la de Carducho, aunque Cajés posee diferentes características, como más naturalidad, mejor calidad de colorido, más realismo en las formas y más logrados efectos de luz, tal vez tomados del arte veneciano con algo de maniera. En todo caso, aunque este lienzo del Salón apenas varía los esquemas convencionales –personajes extáticos en primer plano–, el fondo, a pesar de resultar también muy sencillo, expresa un estilo distinto, quizás con matices de Correggio. 

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La recuperación de la isla de San Cristóbal por don Fadrique de Toledo, de Félix Castelo. Óleo/lienzo (297 x 311), Museo del Prado.

La recuperación de la isla de San Cristóbal conmemora una de las victorias más efímeras de las efímeras victorias del reinado de Felipe IV, pese a lo cual se incluyó en el programa de glorificación del Salón de Reinos. Entre 1634 y 1635 Félix Castelo pintó esta modesta hazaña protagonizada por don Fadrique de Toledo, el salvador de Brasil, en 1629. Cuando iba camino de América para escoltar los cargamentos de plata de la flota española, el general recibió órdenes de fondear en la pequeña isla caribeña de San Cristóbal y expulsar a los ingleses y franceses que la habían ocupado. Bastó un pequeño ejército y una rápida intervención para que el militar español pusiera en fuga a los intrusos, quemando sus plantaciones de tabaco –el fuego en la base del tercio superior de la pintura–, y restableciera la soberanía española sobre este pequeño territorio de las Antillas. Todo ello quedó plasmado en el lienzo que Castelo, aunque cuando empezó a pintar, los antiguos ocupantes ya habían recuperado la isla. En primer plano, destaca la gallarda figura del militar con la bengala de mando en la mano. Sus ropas y su fisonomía son similares a su otro retrato del Salón de Reinos, pintado por Maíno.

Don Fadrique de Toledo Osorio, 1580-1634, fue capitán general de la Armada española. Luchó en las Antillas contra los franceses y los ingleses, desempeñando un papel de primera importancia durante la conquista de América.

Félix Castelo o Castello, 1595–1651, vivió siempre en Madrid. Nieto de Giovanni Battista Castello, Il Bergamasco, contratado por Felipe II, hijo de Fabricio Castello y sobrino de Nicolás Granello, que también participaron en la decoración de la basílica de El Escorial. Su madre, Catalina Mata y su esposa Catalina de Argüello, con la que vivía en la Plaza de Antón Martín, en Madrid, eran españolas.

En 1617 falleció su padre y Castelo solicitó el puesto de Pintor del rey, movido por la necesidad de mantener a cinco hermanos menores, ya que la madre había fallecido igualmente, nueve años antes, pero le fue denegada.

Parece que su formación estuvo a cargo de Vicente Carducho, del que Jusepe Martínez asegura que fue también gran amigo y aprendiz aventajado; de hecho, ha habido siempre confusión en la atribución de las obras de alumno y maestro.

Volvió a solicitar la plaza de Pintor del Rey en 1627, tras el fallecimiento de Bartolomé González, pero una especie de jurado, compuesto por el propio Carducho, Cajés y Velázquez, apoyaron a Antonio de Lanchares, aun reconociendo los valores artísticos de Castelo, a quien propusieron para decorar el Salón de Reinos. Castello contribuyó con esta Recuperación de la Isla de San Cristóbal por don Fadrique de Toledo. En su pintura destaca el tratamiento del paisaje, de valor artístico ampliamente reconocido y que ayudó a que fuera elegido para realizar cinco pinturas para las Reales Casas de Campo.

Fue asimismo encargado de completar los retablos del Hospital de Afuera, en Toledo, que el Greco había dejado sin terminar y, poco más se vuelve a saber de él, excepto que a principios de 1648 se casó por segunda vez, en esta ocasión, con Bárbara de Huete.

Fue singularmente celebrado por la riqueza y armonía del colorido, y por su arte para crear escenas de gran envergadura, con muchos personajes en movimiento y múltiples detalles naturalistas, tal y como puede observarse en esta pintura.


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Muro sur 


El socorro de Brisach, Jusepe Leonardo
Óleo sobre lienzo. 304 x 360 cm., Museo del Prado.

La toma de Brisach conmemora otra de las victorias del reinado de Felipe IV, también en el transcurso de la guerra de los Treinta Años: en otoño de 1633, un ejército al mando del Duque de Feria consiguió liberar la ruta militar a lo largo del Rin –como en el caso de Rheinfelden–, expulsando a los suecos y despejando el camino entre Italia, Alemania y los Países Bajos, para permitir el paso de las tropas españolas. Cinco años después, Bernardo de Weimar recuperó la plaza. El Duque de Feria, protagonista del cuadro, cabalga el caballo en corveta y empuña enérgicamente el bastón de mando. Don Gómez Suárez de Figueroa, III Duque de Feria, es también el personaje central, como comandante de las fuerzas en el Socorro de Constanza, de Carducho. El conjunto manifiesta la influencia de Velázquez. 


Jusepe o José Leonardo de Chavacier nació en Calatayud, en 1601, posiblemente, en una familia de conversos. Al morir su madre fue enviado a Madrid, donde entró como aprendiz en casa del pintor Pedro de las Cuevas, en 1616. En 1622 se casó con María de Cuéllar, algo mayor que él y viuda del pintor Francisco del Moral. También recibió enseñanzas de Eugenio Cajés, cuyo influjo se percibe en sus primeras obras. En 1625 termina el retablo mayor de la iglesia parroquial de Cebreros, en Ávila.

En 1634 le encargan los dos cuadros para el Salón de Reinos; la Rendición de Juliers y la Toma de Brisach y el año siguiente entra al servicio del arzobispado de Toledo, y recibe el encargo de la decoración -temple y óleo- de San Jerónimo, en el Buen Retiro.

Después siguió trabajando para la Corte con regularidad: en 1637, tres vistas de los Reales Sitios para la Torre de la Parada; en 1639, con Félix Castelo, ocho retratos de reyes para el Salón Nuevo y, en 1641, la bóveda de la segunda pieza de la capilla del Real Alcázar de Madrid. A pesar de recibir tantos encargos no obtuvo el nombramiento de Pintor del Rey. Realizó algunos trabajos para el arzobispado de Toledo.

De lo poco que se sabe de su vida, resulta un hombre de buen carácter, piadoso y leal con los amigos; como lo fue del escultor Manuel Pereira, de quien salió fiador cuando este fue condenado con pena de cárcel.

Finalmente perdió la razón y fue llevado a Zaragoza e ingresado en el hospital de Nuestra Señora de Gracia. Jusepe Martínez aseguraba que su enfermedad se debía a una bebida que alguien le dio por envidia.

Antonio Palomino, por su parte, dice que murió en 1656 -con la demencia en lo mejor de su edad, con gran sentimiento de todos los que le conocieron y trataron en su sano juicio, cuando apenas tenía cuarenta años de edad-, aunque consta que su mujer firmaba como viuda desde tres años antes.

La observación del trabajo de Velázquez contribuyó a potenciar su sentido del color, que cambió el aspecto de su pintura, reconocible en algunas obras que, al presentar este cambio de actitud, deben corresponder a esta época, como el San Sebastián, uno de los más bellos desnudos de la pintura española, del Museo del Prado, o la Serpiente de bronce de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, con su gran profusión de escorzos. 


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El socorro de Génova por el segundo Marqués de Santa Cruz, de Antonio de Pereda y Salgado. Óleo sobre lienzo, 290 x 370. Museo del Prado.

El socorro de Génova por el marqués de Santa Cruz conmemora una de las primeras victorias de Felipe IV. En 1625, la República de Génova, tradicionalmente aliada de España, fue ocupada por las tropas francesas del duque de Saboya, que sometieron a la ciudad a un duro asedio. La escuadra española, comandada por don Álvaro de Bazán, II Marqués de Santa Cruz, liberó la plaza y devolvió a Génova su soberanía. Pereda reflejó la solemnidad del encuentro entre las autoridades genovesas, encabezadas por el Dux y los militares españoles, precedidos por Santa Cruz. 

Sobre un fondo en el que continúa la batalla, destacan por su perfección, belleza y colorido, las picas de los soldados, el detalle de las torres de la ciudad y las ropas de los presentes. Se trata, sin duda, de una de las mejores obras destinadas al Salón.


El socorro de Génova, detalles.

Hijo de un modesto pintor, Antonio de Pereda nació en Valladolid en 1611, pero la prematura muerte de su padre lo obligó a trasladarse a Madrid, donde comenzó su carrera como pintor en la escuela de Pedro de las Cuevas y contactó con otros jóvenes artistas, entre los que destacó por la gran calidad de su pintura, por su naturalismo y por una delicada sensibilidad colorista de inspiración veneciana. Pronto se granjeó el afecto y la protección de varios ilustres personajes, como el italiano Juan Bautista Crescenzi, que le introdujo en la corte y lo recomendó para colaborar en la decoración del Buen Retiro.

La muerte de Crescenzi, en 1635, le distanció del ambiente cortesano, dedicándose entonces a la pintura religiosa cumpliendo diversos encargos. A esta época corresponden algunas de sus obras maestras. Al final de su vida experimentó una cierta decadencia, porque no logró adaptarse al barroco decorativo y escenográfico que se impuso en el reinado de Carlos II. Murió en Madrid en 1678.
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La rendición de Breda, de Velázquez
Óleo sobre lienzo, (307 x 367 cm), Museo del Prado.

Realizado antes de 1635, La rendición de Breda o Las lanzas —como popularmente se conoce— conmemora la victoria militar del general Ambrosio de Spínola, que en junio de 1625 logró conquistar la plaza holandesa de Breda derrotando a Justino de Nassau. Sobre un amplio fondo, Velázquez representó con asombrosa naturalidad el momento en que el gobernador holandés entregaba las llaves de la ciudad al comandante de los tercios de Flandes.

El dramatismo de la rendición queda suavizado por la cortesía del vencedor, que con un gesto evita la humillación del vencido. A la derecha del cuadro, y semioculto por el caballo, Diego de Velázquez se retrató junto a la bandera de Spínola.

Militar de profesión, nacido en Génova en 1569, Ambrosio de Spínola ostentó los títulos nobiliarios de Duque de Sesto y I Marqués de los Balbases. En la guerra de Flandes sirvió como Maestre General del ejército y luchó a las órdenes del archiduque Alberto contra Mauricio y Justino de Nassau. En esta confrontación realizó sus dos hazañas más renombradas: la rendición de las plazas de Ostende, en 1604, y de Breda, en 1625.

En 1609 participó en las negociaciones para la Tregua de los Doce Años con las Provincias del Norte de los Países Bajos, y en 1629 marchó a Italia como comandante de las tropas españolas. Murió en Castelnuovo di Scrivia, en 1630.

Más detalles en este blog: 

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La rendición de Juliers, de Jusepe Leonardo. Óleo sobre lienzo, 307 x 381 cm. 
Museo del Prado.

En 1635, Leonardo registró la victoria de Spínola sobre la ciudad de Juliers, o Jülich, en la Baja Renania, ocurrida en 1622, tras seis meses de asedio. En presencia de don Diego Felipe de Guzmán y de algunos soldados con las picas en alto, Spínola recibe las llaves de la ciudad de manos del gobernador holandés, arrodillado ante él. El tratamiento del tema y su composición denotan la influencia de Las lanzas, aunque sin lograr la grandeza que Velázquez puso en su escena de Breda, transformando, sin trastornar su sentido, una escena de guerra, en una escena de paz, generosidad y altruismo.
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La recuperación de Bahía, de Juan Bautista Maíno
Óleo sobre lienzo (290 x 370 cm), Museo del Prado.

La recuperación de Bahía del Brasil conmemora la hazaña de don Fadrique de Toledo, que en mayo de 1625 consiguió arrebatar a los holandeses el puerto brasileño de Bahía de Todos los Santos, devolviendo su soberanía a la Corona española. El lienzo, obra de madurez de Juan Bautista Maíno, constituye una pieza maestra y destaca en el conjunto por su luminosidad y su originalidad en el tratamiento del tema, huyendo del triunfalismo y mostrando con sencillez el dolor de la guerra, aun constatando abiertamente el hecho como factor de la gloria del monarca –objetivo de la pintura y del Salón-; en el tapiz lateral y como una estática imagen teatral, don Fadrique muestra a los vencidos un retrato alegórico de Felipe IV pisoteando la Herejía, la Ira y la Guerra, mientras Atenea y el Conde Duque de Olivares le coronan de laurel.

El primer plano muestra unas consecuencias de la batalla que nada tienen que ver con la victoria, pero que constituyen el auténtico triunfo moral: un hombre y una mujer socorren a un soldado herido, ante la mirada atenta de varios testigos; hombres, mujeres y niños. El pintor añade además, detalles de casi increíble perfección y rotunda naturalidad, aun sin ser esenciales para la escena.

Hijo de un señor milanés y de la Marquesa de Figueredo, portuguesa, Juan Bautista Maíno nació en Pastrana, en 1580, en la corte del príncipe de Éboli. Viajó por Italia, donde aprendió del clasicismo del boloñés Aníbal Carracci y del naturalismo tenebrista de Caravaggio, que él supo suavizar con otras tonalidades más ricas y transparentes. Fue amigo de Guido Reni. En 1611 trabajaba como pintor para la catedral de Toledo, y en 1613, cuando pintaba el retablo mayor y varias obras al fresco para el convento toledano de San Pedro Mártir, profesó allí mismo como dominico.

Antes de tomar los hábitos, pintó también en esta ciudad una importante serie de obras mitológicas. Hacia 1620 fue nombrado profesor de dibujo del príncipe heredero, futuro Felipe IV, lo que le permitió emprender una fructífera relación con la corte, participar en la decoración del Salón de Reinos y destacar en los círculos intelectuales de la cultura madrileña, donde gozó de prestigio y autoridad. Murió en Madrid en 1649.

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La defensa de Cádiz contra los Ingleses. Zurbarán
Óleo sobre lienzo, 302 x 323 cm. Museo del Prado.

La defensa de Cádiz contra los ingleses, conmemora la hazaña de don Fernando Girón y Ponce de León, gobernador de Cádiz que, en noviembre de 1625, consiguió repeler el asalto de la flota inglesa pese a las condiciones adversas y a su inferioridad numérica. Aquejado por un fuerte ataque de gota, que le mantenía inmovilizado en una silla, el gobernador logró alzarse con la victoria frente a un ejército diez veces superior al suyo mandado por Lord Wimbledon.

Zurbarán –cuya biografía veremos con más detalle en el apartado de las pinturas sobre los Trabajos de Hércules-, relegó la batalla a un segundo plano y destacó la figura de Girón mientras daba órdenes a sus generales. La escena también peca de teatralidad y resulta algo artificiosa la agrupación convencional de los personajes, que aparecen independientes unos de otros y no formando parte de la escena que se desarrolla al fondo, de intachable ejecución pero lejos también de la trepidante acción que se supone representa.
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