sábado, 5 de mayo de 2012

CERVANTES EN LEPANTO

La victoria naval de Lepanto, –Ναυμαχία της Ναυπάκτου– en el Golfo de Naupacto [1] en 1571, supuso un acontecimiento trascendental en el devenir histórico de Occidente; esto es un hecho reconocido en su enorme significado, aunque acaso nunca suficientemente, debido, quizás, a la suerte que después corrió su héroe más popular, don Juan de Austria, cuya solitaria muerte, en Namur, constituye el paradigma de su destino.

Tal vez sólo otro momento histórico, aunque en sentido inverso, podría darnos una idea de lo que supuso Lepanto en su día; la Caída de Constantinopla en 1453, uno de los acontecimientos más dramáticos de la interminable lucha entre Oriente y Occidente. La Caída de Constantinopla reviste caracteres tan trágicos, y está cargada de tanto dolor y emotividad, que dejó a la cristiandad suspensa durante mucho tiempo, como si un rayo la hubiera atravesado destruyendo a su paso toda perspectiva de futuro. Lepanto, en cambio, repuso de nuevo la esperanza, pero, sobre todo, aportó una certeza de carácter casi maravilloso, la de que los turcos no eran invencibles.

Miguel de Cervantes estuvo allí –es bien conocido y es, acaso, lo más incuestionable que sabemos de él-, pero ignoramos cuales fueron los motivos que realmente le llevaron a viajar a Italia, donde se alistó en el Tercio y desde donde embarcó como un soldado más de aquella gran flota armada y sostenida por la Corona de España, los Estados Pontificios y la República de Venecia, además de contar con las aportaciones, en mayor o menor escala, de la Orden de Malta, Génova y el Ducado de Saboya, en la denominada Liga Santa.

Grandes hombres, indudablemente cualificados, participaron en el furioso combate que se desarrolló entre las siete de la mañana, hora en que ambas escuadras se divisaron, hasta la puesta de sol: Don Juan de Austria, D. Álvaro de Bazán, D. Alejandro Farnesio, D. Luis de Requesens, D. Juan Andrea Doria, Sebastián Veniero y Marco Antonio Colonna, sin olvidar, por supuesto, los miles de soldados anónimos que, como Cervantes arriesgaron su vida o la perdieron en la lucha.

Así describe el terrible choque el cronista Cabrera de Córdoba:

Jamás se vio batalla más confusa; trabadas de galeras una por una y dos o tres, como les tocaba... El aspecto era terrible por los gritos de los turcos, por los tiros, fuego, humo; por los lamentos de los que morían. El mar envuelto en sangre, sepulcro de muchísimos cuerpos que movían las ondas, alteradas y espumeantes de los encuentros de las galeras y horribles golpes de artillería, de las picas, armas enastadas, espadas, fuegos, espesa nube de saeta... Espantosa era la confusión, el temor, la esperanza, el furor, la porfía, tesón, coraje, rabia, furia; el lastimoso morir de los amigos, animar, herir, prender, quemar, echar al agua las cabezas, brazos, piernas, cuerpos, hombres miserables, parte sin ánima, parte que exhalaban el espíritu, parte gravemente heridos, rematándolos con tiros los cristianos. A otros que nadando se arrimaban a las galeras para salvar la vida a costa de su libertad, y aferrando los remos, timones, cabos, con lastimosas voces pedían misericordia, de la furia de la victoria arrebatados les cortaban las manos sin piedad, sino pocos en quien tuvo fuerza la codicia, que salvó algunos turcos.

En otra ocasión será interesante repasar los antecedentes y el desarrollo de esta batalla; por el momento, sirva de apoyo al asombro, el recuento de pérdidas y bajas que se produjeron.

Pérdidas de la armada cristiana: 40 galeras; 7.600 muertos y 14.000 heridos.
Se liberaron unos 12.000 cautivos cristianos y se tomaron 170 galeras –60 de las cuales ya solo servían para leña– además de 20 galeotas, y unos 5.000 prisioneros.

Las bajas en la parte contraria se calculan entre 25 y 30.000 muertos.



Situada Naupakta en la confluencia de los Golfos de Patras y Corinto, la escena en la que se desarrolló la batalla, resulta terrible como una ratonera.



“Jamás se vio batalla más confusa; trabadas de galeras una por una y dos o tres, como les tocaba...” En el ángulo superior derecho, la entrada del puerto de Naupakta.



La misma entrada, como hoy aparece desde el satélite.

Y así desde sus proximidades.

Y si cruzamos la entrada del puerto, a la izquierda hay una estatua que representa a Miguel de Cervantes

Hasta aquí pues, la barbarie y la gloria, que parecen obligadas a desenvolverse juntas, tal vez como complementarias, tal vez como condición sine qua non…

Miguel de Cervantes fue contado entre los heridos y, tras varios meses de convalecencia, terminó perdiendo la movilidad del brazo o la mano izquierda.

Ahora bien, ¿por qué se halló Cervantes en «la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros». ¿Por qué, en un principio, fue Cervantes a Italia? Es esta una pregunta ya antigua, cuya respuesta, aún no ha podido esclarecerse.

Aunque hay muchos documentos relativos al mismo nombre ¿quién puede asegurar que todos ellos se refieren a la misma persona?

Se suele relacionar su partida –aparentemente apresurada–, con un orden de busca y captura contra un Miguel de Cervantes, quien ha sido condenado en rebeldía a -que con vergüenza pública le fuese cortada la mano derecha y en destierro de nuestros Reinos por tiempo de diez años-, y por si la pérdida de la mano fuera poca cosa, el tal Cervantes, también había sido condenado en otras penas contenidas en la dicha sentencia, cuyo texto, por otra parte, conocemos sólo en los vagos términos de la Orden, de los que resulta: haber dado ciertas heridas en esta corte a Antonio de Sigura, andante en esta corte.

Haber causado ciertas heridas; un delito que no parece corresponderse con tan brutales castigos. ¿Quién sería aquel Segura? Lo único que sabemos, es que las heridas que recibió no le causaron la muerte. Esta Orden tiene fecha de 15 de septiembre de 1569.

Y, las dudas acerca de si el Miguel de Cervantes buscado es el mismo Miguel de Cervantes que escribió el Quijote, se basan sobre todo en el hecho de que sólo tres meses después, Rodrigo, el padre del escritor, pedía para él a la administración una Información de Limpieza de Sangre, haciendo constar en la misma petición que el sujeto se encontraba en Italia.

La pregunta es la siguiente: si el Cervantes del que habla la Orden es el mismo que en ese momento se encuentra en Italia, ¿cómo es que el padre no duda en descubrir su paradero a la justicia, sabiendo que su hijo se juega la mano derecha, el destierro y Dios sabe qué más castigos?

Recordemos que el texto de la Real Provisión, dirigida a un Alguacil, también dice: luego que os fuere entregada –esta nuestra carta– con vara de la nuestra justicia vais a la dicha ciudad de Sevilla y a todas las otras partes villas y lugares de estos nuestros reinos y señoríos que fuere necesario y prendáis el cuerpo del dicho Miguel de Cervantes y preso con los bienes que tuviere y a buen recaudo le traed a la cárcel de esta nuestra corte.

¿Cabría tal vez la posibilidad de que la solicitud de aquella información de limpieza, buscara, precisamente, la posibilidad de librar a Cervantes de las condenas contenidas en la Provisión? Aún así, y a pesar del mal funcionamiento de la Justicia en la época, hay que reconocer que el riesgo que corría Rodrigo de desvelar el paradero de su hijo –siempre que Miguel fuera en realidad el condenado-, era muy alto.

Se dice también, que la solicitud se pudo deber al hecho de que Cervantes necesitaba el certificado de limpieza, para entrar a formar parte del servicio del Cardenal Acquaviva, que poco antes había estado en España por un breve período de tiempo, pero esto no consta en el documento presentado por Rodrigo de Cervantes, pues en ningún momento declara con qué objeto pide la Información.

Sorprende aún más el hecho de que casi por las mismas fechas que figuran en la Provisión, promovido por el Maestro López de Hoyos, de la Escuela a la que asistía el escritor, se publicaban cuatro poemas de Miguel de Cervantes, dentro de un conjunto dedicado a la muerte de la reina Isabel de Valois, el año anterior. ¿Los poemas de un prófugo de la Justicia de Felipe II?

Hay biografias de otros soldados que, efectivamente se alistaron en los Tercios de Italia, huyendo de la justicia. Siendo así, la elección de Cervantes –si es él el condenado–, su ingreso en el ejército se debería más bien a ese accidente. Sería muy interesante hacer un estudio de las posibilidades de obtener un trabajo no encuadrado entre Iglesia, Mar o Casa Real para un hombre de la época, que no procede de familia noble, ni acomodada.

Pudo ocurrirle a MCS lo mismo que a Diego Duque de Estrada:

“y el mismo año estuve yo algún tiempo retirado en casa, por haber dado un palo con un bastón de general, acabando una comedia hecha delante de arzobispo de Toledo y cabildo, en que yo había representado el papel de Bernardo del Carpio, sobre una porfía, del cual murió el herido, por lo que fue necesario retirarme... las cuales cosas me alentaron a seguir las armas”.

O como al Capitán Alonso de Contreras–un amigo de Lope de Vega, por cierto:

“…fuimos á ver la justa faltando de la escuela, y á otro día cuando fui á ella, me dijo el maeso que subiese arriba á desatacar [desabrochar los calzones] á otro muchacho, que me tenía por valiente; subí con mucho gusto y el maeso tras mí, y echando una trampa me mandó desatacar  á mí y con un azote de pergamino me dió hasta que me sacó sangre, y esto á instancia del padre del muchacho, que era más rico que el mío; con lo cual, en saliendo de la escuela como era costumbre, nos fuimos á la plaza de la Concibición Jerónima, y como tenía el dolor de los azotes, saqué el cuchillo de las escribanías y eché al muchacho en suelo boca abajo y comencé á dar con el cuchillejo, y como me pareció no le hacía mal, le volví boca arriba y le di por las tripas; y diciendo todos los muchachos que le había muerto, me fuí, y á la noche me fui á mi casa como si no hubiera hecho nada; este día había falta de pan y mi madre nos había dado á cada uno un pastel de á cuatro [reales], y estándole comiendo llamaron á la puerta muy recio, y preguntando quién era, respondieron: la justicia; á lo cual me subí á lo alto de la casa y metí debajo de la cama de mi madre; entró el alguacil y buscóme y hallóme, y sacándome de una muñeca decía: ¡traidor, que me has muerto mi hijo!; lleváronme á la cárcel de Corte,…”

Y del mismo modo, o muy similar, otros muchos, que aún siendo de edad muy parecida a la de Cervantes en las fechas de la Real Cédula, no salieron muy mal parados de manos de la justicia –aunque muy creiblemente hubieran sido peor tratados en caso de caer en manos de las familias de los muertos–, pero algunos de estos soldados–escritores, tras refugiarse en los Tercios, llegaron a capitanes y algunos escribieron sus biografías, mientras que Cervantes –siguiendo su regla de no querer acordarse–, nunca dio información precisa ni verdadera sobre su persona. ¿Por qué si tuvo esa pelea con Segura, no lo contó más tarde, como hacían todos, sin ahorrar el menor detalle? ¿Orígenes no ortodoxos? ¿Mentalidad no ortodoxa? No sabemos nada.

Pero no comparemos ya su actitud con la de otros soldados poco conocidos, también podemos confrontar sus permanentes dificultades, con la forma de vida de otros autores como Quevedo, Góngora o Lope de Vega; un Caballero de Santiago y dos sacerdotes, aunque Cervantes nunca tuvo abiertas puertas como esas.

De hecho, no parece que Cervantes tuviera intención de seguir su vida en los Tercios; tal vez no pudiera, a causa de su mano estropeada; en cuyo caso las cartas escritas en su favor por Don Juan de Austria y el Duque de Sessa –cartas que desaparecieron en el cautivero de Argel– debían servir para que el portador obtuviera algún puesto para servir en la administración.

Una especie de jugada del destino: el hombre que figura en la Real Cédula como Miguel de Cervantes, debía, por sentencia, perder la mano derecha y pasar diez años de destierro. El Miguel de Cervantes que escribió el Quijote, perdió el uso de la mano izquierda y, entre el servicio de armas y el cautiverio, prácticamente tardó diez años en poder volver al Reino de España.

Hay críticos que sostienen que sólo pensar en cualquier origen de Cervantes distinto del de Cristiano Viejo, es, sencillamente una atrocidad. Esto es lo mismo que pensaba Quevedo a principios del siglo XVI, aunque en realidad, su objetivo era atacar al Conde Duque de Olivares, por medio de la famosa Execración contra los Judíos, donde vierte “este tipo de juicios que tan chico favor hacen a Quevedo” [2].

Otros afirman que hay que centrarse en la obra escrita e ignorar viejas distinciones de sangre, pero, el problema es que Cervantes, a decir verdad, tiene muchas papeletas para formar parte del execrado grupo de los no ortodoxos, lo cual no supone más atrocidad que la de ser permanentemente excluído, o lo que es lo mismo, condicioanar radicalmente sus posibilidades de labrarse un futuro y, seguramente, su forma de entender y contar la vida.

Por otra parte, no sería el único sospechoso de falta de limpieza: el mismo Quevedo tiene la costumbre de insultar a sus antagonistas –como a Góngora–, en dos maneras precisas: O bien los tacha de judíos, es decir, de esa falta de limpieza, o bien ataca una supuesta sexualidad que tampoco es ortodoxa:

Vuestros coplones, cordobés sonado,
sátira de mis prendas y despojos,
en diversos legajos y manojos
mis servidores me los han mostrado.


Buenos deben de ser, pues han pasado
por tantas manos y por tantos ojos,
aunque mucho me admira en mis enojos
de que cosa tan sucia haya limpiado.


No los tomé, porque temí cortarme
por lo sucio, muy más que por lo agudo,
ni los quise leer, por no ensuciarme.


Así, ya no me espanta ver que pudo
entrar en mis mojones a inquietarme
un papel, de limpieza tan desnudo.

O también:

Yo te untaré mis obras con tocino
Porque no me las muerdas, Gongorilla,
Perro de los ingenios de Castilla,
Docto en pullas, cual mozo de camino.
Apenas hombre, sacerdote indino,
Que aprendiste sin christus la cartilla;
Chocarrero de Córdoba y Sevilla,
Y en la Corte, bufón a lo divino.

¿Por qué censuras tú la lengua griega
siendo sólo rabí de la judía,
cosa que tu nariz aun no lo niega?
No escribas versos más, por vida mía;
Aunque aquesto de escribas se te pega,
Por tener de sayón la rebeldía.
…éste, en quien hoy los pedos son sirenas,
éste es el culo, en Góngora y en culto,
que un bujarrón le conociera apenas.

A Quevedo, lo sabemos, nadie podía tacharle de falta de limpieza u ortodoxia, pero podían utilizar cualquier otra cosa, extrayéndola del frasco de sus medicinas; tal es el caso del anónimo que recibió al poco tiempo de casarse con la señora de Cetina:

Si no sabéis señora de Cetina,
quien es, teñido, el setentón Quevedo
sabed que es un frisón y un hueleapedo,
y que, de no comer, hace canina.


Tenía Quevedo 54 años, no setenta, y es posible que teñido se refiera a pelirrojo, lo que no implica que no se lo tiñera, como tantos otros en su época y aún antes; el Duque de Lerma, por ejemplo, lo hacía, porque “no sufría las canas”, mientras que el Conde Duque de Olivares usaba un peluquín. Ahora bien, aparte de esto, los anteriores “versos” se desacreditan a sí mismos por el hecho de ser anónimos. Seguramente nadie ignoraba que el poeta era un extraordinario espadachín.

Pero lo verdaderamente interesante de todo esto, es el hecho de que las dudas sobre el origen y costumbres de Cervantes han surgido del estudio de su obras y de lo poco que se sabe de su vida, pero nunca dedicó tan incívicas injurias a otros escritores; al menos no hay constancia de ello. (Aunque Lope de Vega sí se las dedicó a él).

En definitiva: decíamos que Cervantes fue soldado por casualidad.

Que tuvo la fortuna de coincidir con Lepanto y no con la Invencible, como parece que le ocurrió a Lope. Que, por lo que podemos deducir de su carácter, no encaja con él la figura de un matón o espadachín, como los que antes hemos citado, incluyendo a Quevedo.

Que más bien pudo ir a Italia a servir en la corte del Cardenal Acquaviva, gran amante de tertulias poéticas quién, por desgracia, falleció muy joven, quedando el escritor librado a su suerte, que siempre fue nefasta.

Que en aquel entonces, seguramente, sin dinero ni medios para volver a España, no encontró mejor salida que la que había, que consisitió en alistarse en el ejército. Cuando por fin se curan sus heridas y se licencia, con su brazo estropeado, consigue volver a España en una flotilla que venía a recoger fondos para don Juan de Austria. Ya casi estaba de vuelta; ya casi tocaba la costa catalana, ya casi iba a empezar una nueva vida con nuevas ideas.., pero nunca llegó.

Tenía ya 33 años cuando volvió del cautiverio; estaba casi nel mezzo del cammin, y ya no podría volver a tomarlo donde lo dejó, apenas empezado, cuando aún pasaba las horas componiendo elegías en el estudio de López de Hoyos.
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1 La evolución del nombre Naupacto, españolizado como Lepanto, procede del nombre italiano del Golfo: Lèpanto.
2 Góngora... ¿y Quevedo? Amelia de Paz

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